miércoles, 26 de enero de 2011

Samuel Ruiz (1924-2011), el profeta mexicano del siglo XX

Enrique Dusse

Ha muerto el 24 de enero el santo profeta de Chiapas, digno sucesor de Bartolomé de las Casas. Este último comenzó su lucha en favor de los pueblos originarios de América en el ya lejano 1514 en el pueblito de Sancti Espíritu de Cuba. Fue obispo de Chiapas desde 1544 hasta 1547, en que fue expulsado por la oligarquía de los conquistadores que ya dominaban esa tierra maya, por su lucha en favor de los pueblos originarios. Algo más de cuatro siglos después, y como continuando la labor de Bartolomé, fue nombrado en 1959 don Samuel Ruiz, a la edad de 35 años, obispo de Chiapas (siendo el más joven del episcopado mexicano de esos años).

Había nacido el 3 de noviembre de 1924 en Irapuato. Estudió primero en León; obtuvo su doctorado en hermenéutica bíblica en la Gregoriana de Roma. Era un hombre letrado, director del seminario de León (como Miguel Hidalgo lo fue del de Valladolid). Asistió al II Concilio Vaticano, participando todavía dentro de las filas del episcopado conservador. Le tocaron tiempos de profunda renovación de la Iglesia y las convulsiones políticas del 68. En ese tiempo cambiará drásticamente su posición teórica y práctica. Será su comunidad indígena maya la que lo confrontará con la miseria, la opresión, la dominación política, económica, cultural y religiosa que la oligarquía chiapaneca había orquestado como herencia de los conquistadores y de los terratenientes contra ese pueblo originario. El joven obispo sufre una conversión radical. Ya en 1968 fue uno de los cuatro oradores (sobre el tema de la pastoral indígena) en la Conferencia de Medellín del Celam, donde manifestó su calibre latinoamericano. Brillará en América Latina como miembro de una camada de obispos que optaron por los pobres del continente, junto a Helder Camara, en Brasil; Leónidas Proaño, en Ecuador, y Óscar Romero, en El Salvador. Será uno de los reformadores de la Iglesia, fundamentando bíblicamente la revolucionaria teología de la liberación que estaba naciendo. Pero aún más, la llevó a la práctica con su pueblo indígena chiapaneco. Aprendió dos lenguas mayas y se transformó en el profeta de su pueblo. Esto le traerá grandes enemistades, persecuciones, aun de aquellos que hoy, después de su muerte, lo ensalzan. Decía de él, y de don Samuel, el obispo de Cuernavaca don Sergio Méndez Arceo: Nosotros unificamos al episcopado mexicano. ¡Todos están contra nosotros! Perseguido por los potentados, los terratenientes, los políticos y hasta por algunos de sus sacerdotes, con indomable brío, con paciencia de indígena, con sacrificio titánico, recorriendo innúmeras veces su diócesis en camioneta, avioneta o a caballo, estaba presente consolando, alentando y dirigiendo a las comunidades mayas. Todas lo tenían por tatik (como el tata de los tarascos que fue Vasco de Quiroga); nombrado por ellos mismos Protector del pueblo indígena. Contra viento y marea, y contra la opinión de muchos en el Vaticano (que como decía San Juan de la Cruz a un hermano observante estricto: ¡Cuídate de ir a Roma, partirás descalzo (reformado) y volverás calzado (corrompido)!), transformó la Iglesia y la sociedad chiapaneca, educó a los líderes indígenas, que de catequistas llegaron a ser diáconos. ¿Qué fueron muchas y muchos comandantes zapatistas sino catequistas de don Samuel Ruiz? Don Samuel creó proféticamente la conciencia de lucha de su pueblo, del cual, por otra parte, aprendió todo. Por ello, en la celebración de su muerte (no es contradictorio que el pueblo reunido junto a su cadáver exultara un cierto espíritu de profundo regocijo), se gritaba, en algunos casos machete en mano: ¡Samuel vive, la lucha sigue!; o aquella crítica a la Iglesia de tantas traiciones: ¡Queremos obispos al lado de los pobres! Esa Iglesia ocupada en la beatificación de su burocracia (cuyo miembro supremo se le vio fotografiado junto a R. Reagan, o a A. Pinochet, y que se encolerizó ante la presencia de un humilde Ernesto Cardenal de rodillas, y sin embargo ministro de Estado de la revolución sandinista, junto al gran cartel en el que se leía en la Plaza de la Revolución: ¡Entre cristianismo y revolución no hay contradicción!

Don Samuel no fue sólo una figura mexicana. Era una personalidad profética latinoamericana, defensor de los derechos humanos de los humildes, de los inmigrantes en toda Centroamérica. Era una figura mundial, recibiendo premios internacionales y doctorados honoris causa en las más diversas y encumbradas universidades en reconocimiento a su pensamiento y a su acción.

Don Samuel es, junto a don Sergio Méndez Arceo, el símbolo más profético de la Iglesia mexicana del siglo XX, y uno de los pastores más importantes de la pastoral indígena en nuestro continente y el mundo. No queda sino alegrarse con el pueblo cuando exclamaba: ¡Samuel vive, la lucha sigue! Como Walter Benjamin escribía, se trata de un mesianismo materialista (si por materialista se entiende cumplir responsablemente con los deberes para con la vida de los pobres y explotados, como los indígenas chiapanecos). Samuel fue heroicamente consecuente con aquél: ¡Tuve hambre y me dieron de comer! (que del Osiris egipcio pasó a Isaías y al fundador del cristianismo, del cual Samuel fue un digno testimonio).

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lunes, 24 de enero de 2011

“Hay más más cantantes de ópera de primer nivel que futbolistas”

Fernando de la Mora

Álamos, Sonora.- El recital que el tenor Fernando de la Mora ofreció la noche del sábado en el Festival Cultural Alfonso Ortiz Tirado superó las expectativas de los organizadores. Algo falló, porque antes de comenzar se ordenó el cierre de las puertas del palacio municipal que estaba a reventar, aunque afuera había gente con boleto que no pudo ingresar.

Antes del recital, De la Mora charló con los medios de comunicación y se refirió a la situación de violencia en el país, problema que ha comentado con Felipe Calderón. El tenor afirmó que le dijo al Presidente que está bien que haya una guerra contra el crimen organizado, pero que “lo que no está bien es que no haya un programa paralelo, una campaña mediática exhaustiva, agobiante, en la cual nos inviten a la ética, a la civilidad y nos muestren que el camino está en portarnos bien. Todos los actos que hagamos contra la sociedad o a favor de la corrupción es contra nosotros mismos”.

En víspera de las elecciones del 2012, el músico propuso que la cultura y la educación sean la estafeta de los políticos, por ser “recursos maravillosos. Hay que informar a la gente, educarla, darle la oportunidad”.

Está convencido del efecto que puede causar la música en la sociedad, porque “tiene el poder de emocionar, y el ser humano que se emociona es más probable que se sorprenda y que viva en asombro. El ser humano debe asombrarse todos los días para estar vivo. El ser humano que no se asombra, muere, va en decadencia. El ser humano que tiene a su alcance el conocimiento es más fácil que llegue al gozo, y la música es un vehículo para el gozo”.

Fernando de la Mora aseguró que “el artista no sirve si no emociona. El artista que conmueve y se compromete con el sentimiento es el que trasciende. Si tu objetivo como cantante es impactar con el volumen de tu voz y con la destreza de tu instrumento, vas a sorprender a unos cuantos, pero a la tercera canción ya nadie se va a sorprender. Ortiz Tirado o Pedro Vargas fueron unos grandes guerreros de la emoción, héroes de la emoción”.

Si algo tiene México de primer nivel son cantantes de ópera, dijo más adelante. “Hay más cantantes de ópera de primer nivel que futbolistas. Somos ya cerca de 70 cantantes mexicanos de primer nivel que estamos cantando en los mejores teatros del mundo, y son apenas una decena de futbolistas de primer nivel que están jugando en los estadios más importantes.

“Si queremos mostrar la grandeza de nuestro país deberíamos volver los ojos a la cultura y a la música. Por eso son importantes este tipo de festivales, nos dan la oportunidad de regocijarnos en la buena música mexicana, así como dar la oportunidad a unas buenas voces jóvenes que pueden tener un futuro en este género maravilloso y poner el nombre de México muy en alto.”



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domingo, 23 de enero de 2011

Sicarios adiestrados por EE UU

JUAN JESÚS AZNÁREZ

La Embajada norteamericana en México examinó sus archivos ante los rumores de que militares mexicanos adiestrados por Estados Unidos son ahora miembros del cartel los Zetas, caracterizado por la virulencia de sus ataques. Los diplomáticos nada importante descubrieron en su base de datos, pero "otras fuentes de inteligencia" consultadas por la legación identificaron a Rogelio López Villafana, un ex militar del Ejército mexicano, entrenado por EE UU, reclutado a la fuerza por los Zetas y, más tarde, implicado en un plan para asesinar al ex Fiscal General adjunto, José Luis Vasconcelos. Fue detenido. La revelación viene contenida en un cable (221688), emitido en el 2009.

Washington ha entrenado, en México y en EE UU, a 5.000 militares mexicanos desde el año 1996, incluyendo miembros de las Fuerzas Especiales, en las que sirvieron destacados miembros de los Zetas. La comprobación de la Embajada se efectuó con las limitaciones propias de una banda que, lógicamente, no publica el nombre de sus integrantes. La legación redactó una lista con todos los Zetas detenidos, muertos e identificados y cotejó sus identidades con los nombres y apellidos de los 5.000 militares acogidos a los programas de entrenamiento.

López Villafana recibió adiestramiento contra el narcotráfico en Fort Bragg, y el Ejército mexicano comunicó a la Embajada que López se retiró de sus filas en el año 2007 después de 20 años y ocho meses de servicio. El interés y dedicación de la Embajada en confirmar el posible cambio de bando de militares entrenados por EE UU demuestra hasta qué punto es grave la infiltración del delito organizado en instituciones y cuarteles.

"Desde el momento en que no podemos conocer el nombre de cada soldado mexicano que se ha pasado a Los Zetas, no podemos rechazar categóricamente esta posibilidad", dice el cable. "Es imposible garantizar que cada soldado mexicano que reciba nuestro entrenamiento en el futuro no vaya a pasarse al delito organizado. No obstante, confiamos en que la legislación que condena a 60 años de cárcel a los soldados que han sido cómplices del delito organizado será una útil herramienta disuasoria".

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El FBI interroga a sus anchas a los inmigrantes en territorio de México

JUAN JESÚS AZNÁREZ

El Gobierno de Felipe Calderón permite que la policía norteamericana interrogue directamente a los miles de indocumentados detenidos en México, según los documentos confidenciales del Departamento de Estado. Los sin papeles atraviesan el país rumbo a la frontera con Estados Unidos: 3.326 kilómetros de línea divisoria y diarias entradas ilegales dirigidas por los contrabandistas de personas, los coyotes.

México es un país muy nacionalista donde la intervención de terceros causa fricciones políticas y sociales, pero los cables de los diplomáticos norteamericanos revelan que el CISEN (Centro de Investigación y Seguridad Nacional) autorizó que los indocumentados fueran interrogados por el FBI y otras agencias de seguridad a requerimiento de las autoridades norteamericanas, obsesionadas con la posibilidad de que el terrorismo internacional aproveche la porosidad de la frontera para atacar EE UU.

Los sin papeles detenidos son recluidos en centros de detención de inmigrantes antes de su puesta en libertad o deportación a sus países de origen, mayoritariamente en América Central, pero también de otras muchas nacionalidades. Según los documentos, los cuerpos de seguridad norteamericanos implicados en lucha antiterrorista consideran anárquico el funcionamiento de los servicios de inteligencia mexicanos y se muestran irritados por la corrupción institucional. "En lugar de concentrar a los detenidos [inmigrantes indocumentados] en una instalación cerca de la capital, las autoridades migratorias detienen y liberan a los detenidos en el mismo lugar donde los encontraron", lamenta la Embajada en un informe (154291) enviado al subdirector del FBI (Oficina Federal de Investigación) John S. Pistole poco antes de su viaje a México en 2008.

Una frontera peligrosa


No cita el cable el motivo de buena parte de las detenciones: la extorsión de los indocumentados, liberados a cambio de pagos en efectivo o en especie. Las quejas norteamericanas sobre irresponsabilidad policial tuvieron su efecto. "El CISEN, que es nuestro principal interlocutor en la lucha antiterrorista, ha permitido a funcionarios del Gobierno de EE UU entrevistar a los extranjeros detenidos en los diferentes centros de detención desplegados por todo el país para recabar potencial información sobre terrorismo". EE UU considera que la extensión de su frontera sur con México y el escaso control policial ejercido por la policía mexicana sobre el intenso cruce de personas y mercancías lo convierte en un país adecuado para los grupos terroristas dispuestos a lanzar un ataque contra su territorio.

"Un caos rampante, la generalizada corrupción y la incapacidad del Gobierno para combatir esos fenómenos han sido percibidos como unas preocupantes amenazas por quienes buscan en nuestra frontera sur signos de potencial infiltración terrorista", comunica la Embajada al subdirector del FBI. El presidente Calderón, según se precisa, está tomando medidas contra ese desorden, con el despliegue de 40.000 soldados, entre otras medidas, pero su Gobierno "tiene otra mirada" respecto a los asuntos de seguridad que interesan a EE UU. Su ofensiva contra el delito organizado desencadenó "violentas luchas dentro de los carteles, así como ataques a los cuerpos de seguridad y un número récord de muertes relacionadas con el narcotráfico". Más de 15.000 personas perdieron la vida el pasado año en muertes relacionadas con el narcotráfico, casi el doble que en 2009; y entre 2006 y 2009 los diferentes cuerpos policiales detuvieron a 99.115 personas en su cruzada contra las drogas.

El embajador en México, Carlos Pascual, alertó sobre el pobre aprovechamiento de los servicios de inteligencia mexicanos, en un informe (233964) noviembre de 2009 remitido al Departamento de Estado. Cita la desconfianza, los celos y la rivalidad entre los diferentes aparatos de inteligencia nacionales como sus principales vicios. No es la primera vez que la legación diplomática denuncia esa descoordinación pero en esta ocasión constata la falta de interés de altos funcionarios en su erradicación "En una reciente entrevista con funcionarios de la Embajada, el Secretario [ministro] de Defensa, Guillermo Galván, demostró escaso interés en reforzar la cooperación con otras agencias".

Para EE UU es fundamental aunar esfuerzos, pero a la espera de que así sea, pide a México acelerar el paso contra la corrupción y propone la creación de una policía interna para descubrir a los agentes vendidos al delito, y la utilización del polígrafo en las unidades policiales con información y misiones de envergadura. La situación es alarmante puesto que la mafia esquiva frecuentemente a la miríada de organismos que participa en la lucha contra el narcotráfico, entre ellos la Secretaría de Defensa y la Marina, el CISEN y la Secretaria de Seguridad Pública ( ministerio del Interior) junto a la Procuraduría General de la República (Fiscalía General) y la Policía Federal. Los 31 Estados de la República y el Distrito Federal, sede de la capital de México, también cuentan con servicios policiales y de información propios.

Carteles violentos

Por definición, el CISEN debiera auxiliar, coordinar tareas y procesar la información de otras agencias, pero carece de la capacidad para hacerlo, al toparse con los militares. Sin el liderazgo del CISEN, que pugna por conseguirlo, los servicios de inteligencia que persiguen a narcotraficantes, secuestradores, traficantes de armas, personas y dinero rinden cuentan a sus propios jefes, que administran la información a conveniencia o la subastan. Los carteles atrincherados en Chihuahua, Sinaloa y Tamaulipas son especialmente violentos y utilizan cualquier medio para conservar sus feudos.

El presidente Calderón dijo a tres legisladores norteamericanos que está convencido de que los carteles mexicanos "tienen poderosos lazos en EE UU, y un día podrían llegar a usar las agresivas técnicas de aquí contra la policía norteamericana, a menos de que [México y EEUU] triunfen en la lucha común contra el delito" (cable 201431) . Sin entrar en detalles, advirtió que el uso de la tortura y la mutilación demuestra la determinación de los narcotraficantes en la preservación de sus negocios. Calderón aludió a informes sobre un plan de los carteles para derribar su avión con un lanzacohetes, compló publicado en su día por la prensa mexicana.

Las filtraciones de policías corruptos sobre operaciones en marcha y el subdesarrollo del espionaje nacional son mencionados como causa de muchos fracasos. No sorprende pues que la carencia de información de inteligencia obligue, para paliar el fallo, al masivo despliegue de soldados y policías sobre los objetivos a batir. Todo son problemas pues el delito organizado dispone de informantes dentro de los propios organismos de seguridad. "La desconfianza entre (y dentro) de las instituciones del Gobierno mexicano", es uno de los principales problemas, subraya el cable de Pascual, que alude al arduo reto asumido por la Administración mexicana.

El Ministerio de Defensa, por ejemplo, ha constituido unidades de inteligencia sobre los capos de la droga con información y análisis que no comparte con los destacamentos castrenses establecidos sobre el terreno en Ciudad Juárez y otras poblaciones. Los pelotones locales suelen actuar avisados por algún chivatazo, sin servicios de inteligencia profesionalizados, y se acercan al lugar señalado prácticamente a ciegas. Las unidades de inteligencia del Ejército sospechan que comandantes domiciliados en los feudos de las mafias sirven a los narcos a cambio de fuertes sumas

La Fiscalía General y el Ministerio del Interior también dudan de la probidad de su gente en varios estados. "No hay general que resista un cañonazo de 50.000 pesos", suele decirse en México y otros países latinoamericanos. La corrupción es tal que el ex jefe de la Seguridad de Ciudad Juárez fue detenido en Tejas con una tonelada de marihuana en su poder, según reveló el presidente Calderón en otra reunión. Tres meses después del envío al Departamento de Estado del informe diplomático sobre el anárquico funcionamiento de los servicios de inteligencia, Calderón solicitó ayuda a la secretaria de Seguridad Interior norteamericana, Janet Napolitano (cable 249280) , para poner orden en Ciudad Juárez, con un millón y medio de habitantes, ciudad fronteriza convertida en emblema del delito .

El caso de Ciudad Juárez


Concretamente pidió la entrada en liza del Centro de Inteligencia de El Paso (EPIC), población norteamericana situada frente a Ciudad Juárez, al otro lado del Río Bravo. Napolitano respondió que el EPIC podía identificar los objetivos, pero el despliegue militar y policial, "capaz de supervisar todos los bloques de viviendas" debía corresponder a México. Durante esa reunión, el presidente reconoció que el cartel de Juárez controlaba la ciudad, pero el cartel de Sinaloa llegó más tarde reclamando su parte, lo que condujo a cruentos choques entre las bandas y al reclutamiento de sicarios. Calderón, en su encuentro con legisladores de EE UU relacionados con temas de inteligencia y armamento, reconoció que los arsenales del narcotráfico son poderosos: en sólo dos años, entre 2007 y 2009, fueron incautadas 15.000 armas, incluidos lanzamisiles, fusiles de asalto AK-47 rifles Barrets, para francotiradores, de 50 milímetros, así como otras de grueso calibre. Los carteles las usan para enfrentarse a los Gobiernos locales, intimidar a los policías con su gran capacidad de fuego, y combatir a las bandas rivales. En algunos casos, usaron equipos de visión nocturna y material similar al empleado por el ejército de EE UU.

La corrupción complica gravemente el compromiso personal confesado por Calderón en sus entrevistas con autoridades norteamericanas: acabar su gobierno "dejando atrás una policía, una marina, un ejército y una fiscalía general limpia y creíble. Pero para eso necesita el apoyo de las autoridades locales y gobernadores, y no todos están igual de comprometidos".

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viernes, 21 de enero de 2011

“A fuerza querían que dijera que era zeta”

Sanjuana Martínez

Monterrey, NL. Nosotros te vamos a arreglar la columna, cabrón, le gritaron a Daniel Rodríguez Morales, cuyas piernas no le respondían y era cargado por dos marinos al entrar a lo que parecía un gimnasio. Lo colgaron de las manos. Desnudo, con los ojos vendados. El golpe inicial de una tabla de madera en las nalgas lo hizo estremecerse de dolor. Luego siguieron las quemaduras en todo el cuerpo, las patadas en la columna vertebral, los puñetazos en las costillas... Aguantó el tormento físico en silencio para no darle gusto a sus verdugos que le exigían que gritara. Apretó las quijadas y los dientes hasta que lo intentaron ahogar con una bolsa de plástico. En ese momento emitió un grito desgarrador. Un golpe seco en la nariz y en la frente lo llevó a la oscuridad reparadora de un desmayo momentáneo. Al despertar, los torturadores lo esperaban para continuar con su tarea, la cual duró tres días.

“Di que la Marina te rescató –le exigían sus captores. Di que eres zeta, que vendes droga, que eres del crimen organizado”. Daniel se rehusaba. No podía aceptar someterse a una mentira: “Pensaba que me iban a matar. Éramos varios. Sólo oía los gritos y el llanto de otros. Me decían: ‘ya se nos murió uno. ¿Quieres ser el próximo? Coopera’. Cuando me iba a derrumbar tomaba fuerza pensando en mis dos hijos, en mi mamá, en mis hermanos. Quería despertar. Quería que se acabara aquella pesadilla.”

Integrantes de la Armada de México lo detuvieron el 15 de octubre por la mañana en la calle Uranio, colonia San Pedro 400. Ocho marinos entraron a su casa sin orden de cateo y se lo llevaron sin orden de detención: “Nunca dijeron a quién buscaban, sólo me agarraron de la camiseta y me la pusieron en la cabeza, me estiraron del escapulario de San Judas Tadeo que traía en el cuello y me abrieron la cabeza de un cachazo. Desperté cuando me bajaron entre dos. Me torturaron durante tres días. No me dieron de beber ni de comer; no me permitían dormir. A fuerza querían que dijera que era narco”.

Daniel habla mientras camina con mucha dificultad. Usa bastón. La mañana es luminosa. El sol brilla en el patio del penal de Apodaca, Nuevo León. Su madre, Blanca Eva Morales, le ha traído carne con mole y arroz para almorzar. Su hermano Víctor está sentado en la mesa esperándolo. Han pasado tres meses de la tortura y las secuelas se traducen en intensos dolores que mitiga con las medicinas que su familia le trae cada semana: “Estoy desesperado, deprimido, hundido. No hice nada y aquí estoy por un montaje de la Marina. Me fabricaron delitos. Me sembraron pruebas. Alteraron todo. Dicen que me detuvieron en otra parte. Me convirtieron en zeta. Sacaron un comunicado y mi nombre está en Internet. Soy inocente. ¿Qué va a pasar cuando salga de aquí? ¿Cómo voy a recuperar mi buena reputación? ¿Cómo voy a conseguir trabajo? Me han destruido”.

La entrada de periodistas al penal para ver a Daniel no está permitida. Su caso, como el de otros nueve presos, es considerado como un asunto delicado. Esta reportera entró a través de los controles de visita familiar, con una cita previamente acordada con el interno: Mi mamá intentó que otros medios denunciaran lo que me pasó, pero nadie quiso por tratarse de la Marina. La gente le tiene mucho miedo a los marinos; yo en cambio les tengo coraje. No es justo lo que me hicieron, comenta y muestra las huellas de torturas en las fotos tomadas por su madre cuando lo presentaron ante el juzgado quinto federal.

El montaje

¿Quieres abecedario o las vocales?, le preguntaban los torturadores a Daniel. Se trataba de darle un tablazo por cada letra: “Querían que me quebrara. Me dejaban tirado en el piso. Apenas me mojaban los labios con agua. Nunca pude ver el lugar, pero parecía un gimnasio. Cerca había unos baños. Recuerdo el olor y hasta allí me llevaban. Nunca dejaron de golpearme. El tercer día me dijeron: Mucho cuidado con hablar y contar algo. Si lo haces, mataremos a tu familia.

La Secretaría de Marina tiene su destacamento en instalaciones deportivas ubicadas en avenida López Mateos. Tres días después del operativo en la calle Uranio, colonia San Pedro 400, emitió un comunicado donde señalaba que había detenido a 10 hombres pertenecientes a un grupo del crimen organizado, concretamente a Los Zetas. El documento decía que en la operación aseguraron dos AK47 (cuerno de chivo), un fusil ametralladora M-1 calibre 30, dos armas cortas, 111 cartuchos de diversos calibres, 220 dosis de cocaína, 440 dosis más de crack, 80 gramos de mariguana, un vehículo y equipo de comunicación.

Cuando la Marina presentó a los 10 detenidos ante la Procuraduría General de la República el Ministerio Público se sorprendió: “Se quedó asustado al ver lo golpeado que estábamos. Nos dijo: ‘Cómo los han dejado’. Pero nadie intercedió por nosotros. Yo traía el ojo derecho cerrado por los golpes. En las heridas de las muñecas traía pus. No podía caminar. Estaba muy adolorido. En ese momento conocí a los que supuestamente eran mis cómplices”, cuenta Daniel.

Para su sorpresa, Daniel descubrió que no era el único inocente acusado falsamente por la Marina. En el penal se fue familiarizando con cada uno de los detenidos que componían la supuesta célula de Los Zetas. Cuenta que tres fueron sacados por los marinos de un taller mecánico cercano a su casa en San Pedro; otros tres lavachoches los detuvieron en el estacionamiento del supermercado Soriana y dos eran camioneros que fueron detenidos una noche antes en un enfrentamiento que ocurrió en Santa Catarina, donde murió un marino. Ambos se resguardaron de la balacera en la tienda de una gasolinera: Un trailero trabaja en Vitro y llevaba la carga. Tiene todos los documentos que avalan el recorrido que hizo. Iba a Tepic, de donde es. El otro trailero es de Querétaro. Los tres compartimos celda.

Todos han tenido la oportunidad de contarse sus historias y cotejar los datos con los que cuentan. El proceso que se les sigue es por pertenencia al crimen organizado. La Marina no se ha presentado en las pasadas dos citas jurídicas: Todo fue un montaje. Fueron levantando inocentes por puro coraje, porque les mataron a uno de ellos y querían presentar a los culpables de cualquier manera. Ahora saben que el caso no se sostiene. No tienen nada de lo que dicen. Hay muchas contradicciones en el expediente.

Daniel es un gran amante de la música. Y ha trabajado como DJ en bares y discotecas. Estaba desempleado desde hacía unos meses, intentando recuperarse de sus problemas de columna. Su madre lo ayudaba económicamente: Lo único que quiero es salir de aquí y olvidarme de todo. No he dejado que mis niños me vengan a ver. No lo soportaría. Sólo pienso en abrazarlos y estar nuevamente con ellos, dice llorando.

Madre Coraje

Blanca Eva Morales tuvo cinco hijos. Al nacer el último, con una deficiencia mental, su esposo la abandonó. Eso fue hace 18 años y desde entonces los ha sacado adelante: Yo vendo zapatos, ropa, trabajo todos los turnos que haga falta porque no quiero que anden mal vestidos ni que les falte nada, dice mientras sirve el mole y anima a Daniel a comer.

Tiene los ojos verdes. Lleva recogido el pelo en una coleta. Usa pantalón de mezclilla y camiseta. Parece una mujer enérgica, pero su cara amorosa se expone en cuanto mira a Daniel. Todos los días que puede viene a verlo a la cárcel. Le trae despensa, medicinas, cobijas, ropa, calzado: No puedo dejar que se me venga abajo.

Recuerda la angustia que padeció mientras el joven estaba desaparecido y el vía crucis judicial de estos últimos tres meses. Se limpia las lágrimas. Da un trago al refresco y dice: “Fui y me paré a la Marina hasta que apareció. Les gritaba. Los escupía. Les decía: ‘Deténganme a mí, desgraciados. Si me lo matan, no se la van a acabar”. Yo sabía que lo estaban torturando. Allí estuve día y noche. Me tomaban por loca. Yo pensé: si me lo entregan va estar bien golpeado. Me lo van a dejar peor de la columna. Tal vez tenga que volver al pañal y la sonda, pero no me importa. Si me lo matan, lo van a desaparecer”.

Blanca es policía y conoce los entresijos del sistema judicial: Fui viendo los detalles del expediente. Todo se cae por sí solo (...) Me entró mucho coraje. Fui y hablé con la directora de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y no quiso hacer nada. Le pedí ayuda a mucha gente. Nadie quiso hacer nada. Todo mundo le teme a la Marina. Yo no.

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sábado, 15 de enero de 2011

Las "vidas perdidas" de El Gato González

Juan Manuel Vázquez

Las noches en prisión son profundas como un sueño. Un sueño intranquilo del que se despierta agotado. Las noches y los días se estancan en el tiempo de la prisión. Da igual que sea domingo o lunes o martes en ese pantano monótono donde vive atrapado el ex boxeador Rodolfo El Gato González, detrás del portón gris de una fortaleza color salmón, el Reclusorio Oriente, en Iztapalapa.

Afuera sopla el viento que arrastra el polvo en lo que antes fueron páramos y hoy cubre un populoso barrio; a un costado los autos transitan por el anillo Periférico; adentro hay un laberinto de pasillos angostos, rejas, paredes altas, alambre de púas y controles con guardias, cuyos rifles cuelgan aburridos y amenazantes, como ellos mismos.

La cárcel es un mundo pequeñito, dice El Gato, y cierra un puño lleno de cicatrices; deja un hueco en la palma de la mano. "Es así, otro mundo, distinto al de allá afuera", dice mientras entrecierra un ojo para mirar a través del túnel que forma con su mano. "Aquí todo es angustia, soledad y desesperación", afirma.

"Aquí hay que estar activo para sobrellevar los días; jugar a ignorar la cárcel para no estar pensando tonterías y no estar ahí nomás, acostadillo", señala en entrevista con La Jornada el ex púgil, cuya trampa al tiempo dentro del reclusorio consiste en impartir clases de boxeo.

El gimnasio de El Gato es un patio flanqueado por un bloque gris de paredes descarapeladas –uno de los ocho dormitorios que tiene el reclusorio–, junto a un pasillo oscuro con enrejado azul del que cuelga ropa interior, calcetines y ropa beige reglamentaria. Justo a un costado de una galería de tiendas improvisadas con palos y plásticos, tendederos, más ropa colgada.

Todo el reclusorio parece ropa beige tendida al sol. Ahí, bajo un rótulo con el rostro de David Beckham, El Gato enseña a internos sentenciados o con proceso abierto por diversos delitos los secretos del deporte que lo elevó a la fama durante la década de los 80, cuando estuvo cerca de convertirse en campeón del mundo.

Lo habría conseguido si la desventura de ser El Gato González no lo hubiera perseguido toda la vida.

Crimen "a domicilio"

La madrugada del 5 de octubre de 2007 un hombre yacía muerto en la habitación de una casa de la colonia 20 de Noviembre. El pasillo que conducía a la estancia estaba regado de sangre. Había otro hombre inconsciente en el suelo. Murió horas más tarde. Ambos perdieron la vida a consecuencia de los golpes que recibieron. Uno más había sobrevivido. Ese domicilio pertenecía al ex boxeador Rodolfo El Gato González. La puerta quedó abierta por la premura de la huida.

Cuando la policía llegó, sólo encontró los vestigios de una noche tensa, botellas desperdigadas, una casa revuelta, un cadáver, un hombre agonizante y otro seriamente golpeado pero sin riesgo de muerte.

El Gato, aterrado y todavía con los estragos del alcohol encima, había escapado con lo que llevaba puesto. Durante seis meses estuvo a salto de mata. Con la barba crecida y el pelo largo, vivió como un indigente empujando un carrito con unas cuantas pertenencias. Dormía en las calles, comía lo que le regalaban en los mercados.

–Andaba en la calle todo mugroso, todo chilapastroso, para que no me reconocieran; es feo, porque era El Gato, pero de basurero... después de ser un Garfield –dice en alusión al felino perezoso de las tiras cómicas estadunidenses–, me convertí en gato de basurero –bromea pero sin mostrar algo que pueda confundirse con una sonrisa. Las bromas del ex boxeador saben amargas.

Evadió por un tiempo la cárcel, pero la hostilidad de la vida callejera y la incertidumbre de que tarde o temprano la ley le daría alcance se le hicieron insoportables. En un arrebato de desesperación decidió poner fin a ese calvario y regresó a la casa donde seis meses antes se le descompuso la vida.

La policía hacía guardia, confiada en que un asesino regresa a la escena del crimen: "Yo me presenté solo", confiesa el Gato: "Cuando llegué, luego luego me agarraron". Al otro día los diarios daban la noticia de su arresto, acusado de doble homicidio.

–Me pintan como si fuera un monstruo. Que yo maté a dos, que a tres... si yo no soy Supermán. Es cierto que estuve tomando esa noche, no lo niego; se encontraban en mi casa, de acuerdo; pero como se estaban peleando entre ellos y no pude calmarlos, me fui con mis botellas a beber a otro lado.

"Yo no estuve cuando pasó eso: cuando regresé ya vi todo. ¡Por qué me incriminan!", insiste el Gato con la voz destemplada por repetir tantas veces la misma historia sin éxito. Fue encarcelado y más tarde sentenciado a 30 años de prisión.

“Así, ya para qué salgo: tengo 52 años, ya no tiene caso. Es como si me dieran cadena perpetua, mejor ya me muero… está muy cabrón”, resopla y la voz se le apaga hasta hacerse casi imperceptible. Por primera vez parece un hombre vulnerable, con la mirada perdida en algún punto de sus manos cicatrizadas.

Algunos personajes solo pueden entenderse bajo la luz de ciertos acontecimientos que marcan sus vidas. A Rodolfo González parece que todo se le descompuso en un accidente automovilístico, como si a partir de ese percance, en el que lo dieron por muerto y sus cuatro acompañantes perdieron la vida, también quedara destrozada su fortuna. Desde entonces, y con la temeridad de un felino kamikaze, el Gato gastó cada una de sus siete vidas.

La cartografía del sufrimiento

En Rodolfo González hay un litoral de carne herida, una cartografía de sufrimiento surcada por cicatrices y tatuajes. Accidentes, peleas y mala suerte dejaron huellas en el cuerpo correoso del casi tres veces campeón.

Los grabados en la piel también son marcas de dolor, recuerdos de lo perdido: el nombre de la esposa inquebrantable, los hijos, los padres muertos. Y también los símbolos que representan las fuerzas que lo mantienen vivo: los felinos y los guantes de boxeo. Los ojos del Gato son chicos y negros.

Parecen todavía más pequeños por las cejas aplastadas y casi peladas a golpes en el cuadrilátero; tiene un aspecto de animal desvalido, con esa mirada triste con la que los tigres ven a los visitantes de los zoológicos.

El cabello cortísimo, tipo militar, brilla por las canas. "Antes no tenía, pero en los últimos años, cómo me han salido", dice con un suspiro demasiado largo.

Espera recargado en un pilar del área administrativa del Reclusorio Oriente y de pronto reacciona y se acerca tímidamente: "Gracias por acordarse de mí". Lo dice con una alegría que apenas puede disimular.

En una oficina prestada relata esas historias inverosímiles que cobran absoluto realismo al contrastarlas con el cuerpo lastimado del testigo. Ofrece asiento y ocupa una silla en el despacho con muebles viejos y destartalados. Es demasiado cortés.

El Gato espera con la impaciencia de un niño la oportunidad de contar su vida, o sus vidas, porque la biografía de Rodolfo González está repleta de experiencias anómalas que un ser humano cualquiera no habría sobrevivido. "He tenido suerte", suelta con un optimismo incomprensible el ex peleador que ha mirado siete veces a la muerte: "Creo que ha de ser por algo, por eso estoy vivo".

La resurrección

Era noche de fiesta en la vecindad donde vivía la familia del Gato González, en 1981. Como casi todo boxeador novato tenía una aspiración por la que peleó hasta conseguirla: regalar una casa a su madre. Antes de salir hacia el nuevo domicilio Rodolfo pidió que se organizara una comida para despedirse de los amigos del barrio.

“No se lleve nada –sugirió a su madre–, regale a la gente de la vecindad todo lo que necesiten, que al fin son puras cosas viejitas, allá vamos a llegar con puras nuevas.”

En aquel entonces el único lujo de González era un Mustang amarillo, en el que montó para buscar a cuatro amigos que había invitado a la reunión de despedida, pero en el trayecto de regreso chocó contra un camión pesado.

Los acompañantes murieron al instante. El Gato… aparentemente también. Los servicios de emergencia lo trasladaron a la morgue del hospital de Xoco.

Estuvo en la plancha forense cubierto con una sábana junto a los cadáveres de sus amigos. En esa atmósfera con los olores que recuerdan a la muerte, el padre del boxeador acudió a identificar el cuerpo; le descubrió el rostro y el viejo se deshizo en llanto.

"Sí es, arreglen los papeles para que nos lo llevemos", apenas pudo balbucear. De entre los muertos, el Gato González emitió un profundo y espectral lamento. "¡Ayyyyyy!", apenas se escuchó y el padre del peleador dio la voz de alarma: "¡Esta vivo, está vivo, mi hijo está vivo!"

El milagro no dejó intacto al peleador. Las secuelas fueron demasiado graves: una mano rota por la mitad, luxación de cadera y el primero de varios derrames pulmonares –esta vez en la parte izquierda.

Tardó año y medio en recuperarse y, después de varias cirugías, estuvo listo para volver a subir al cuadrilátero. Quizá la peor parte de este percance fue que a partir de entonces la vida del Gato González se fue cuesta abajo.

Tras el accidente en el que fue dado por muerto la carrera del pugilista parecía que había recuperado el camino: consiguió disputar, aunque sin éxito, el título de los superligeros ante el napolitano Patrizio Oliva, en 1987.

Un año más tarde tuvo la oportunidad que espera todo boxeador: enfrentar a un campeón mundial en la cima del éxito, el estadunidense Roger Mayweather. Todo estaba listo para tocar el parnaso de los que escriben a golpes de puños.

Una semana antes, mientras manejaba su auto rumbo a su casa, sufrió un incidente con un vehículo de transporte colectivo. El Gato descendió de su coche y empezó a discutir con el otro conductor. Las palabras subieron de tono y no tardaron en lanzarse los primeros puñetazos.

Alguien se deslizó sigilosamente hacia la espalda del boxeador y le asestó una puñalada. "Me dejó ir la daga y me atravesó el pulmón izquierdo", dice Rodolfo mientras hace una contorsión para mostrar por dónde el acero entro en su cuerpo: "Dicen que también ya iba muerto; yo no supe nada".

Cuando recobró el conocimiento estaba en el cuarto de un hospital en el que pululaban los reporteros que esperaban la primicia de la muerte del Gato.

“Escribieron que me habían dado 12 puñaladas. Si fue una… sólo con esa tenía”, dice sarcástico y por primera vez su broma lo hace sonreír.

Volar con una moto

A Mayweather lo enfrentó el 22 de octubre de 1988; perdió por decisión. Tal vez con la decepción de quedarse a medio camino del éxito, poco después manejaba completamente borracho su motocicleta.

Señala que quería volar, en un acto desesperado por alcanzar la gloria que se le negó en el boxeo. No vio cuando se le cruzó el autobús de pasajeros contra el que estrelló la moto. El Gato salió rebotando como una pelota de carne. Otra vez la sirenas de emergencia y los trayectos en ambulancia.

"Todavía el chofer me estaba cobrando una lámina que se rompió. Sólo tuve derrame pulmonar; ahora en el derecho", dice aliviado ante el descanso del maltratado pulmón izquierdo.

La muerte y la resurrección del pugilista continuó en episodios que ponen a prueba la imaginación más desaforada. Con esos antecedentes de que a cada paso al Gato podía sobrevenirle el apocalipsis, la prudencia debió ser su arma de supervivencia.

No para Rodolfo. Sólo a él le pareció una buena idea subir seis metros para atrapar un pequeño loro para regalar a su madre, aunque algunos aseguran que su verdadera intención era robar los huevos de un nido de pájaro.

Llegó a la cima. La rama en la que se sostenía no resistió y con un crujido estrepitoso se vino abajo. Terminó en el pavimento, inconsciente y tendido en un charco de sangre.

¿Y qué creen? Otra vez derrame pulmonar.

El Gato sabe que ya resulta increíble cada anécdota que sale de la bolsa turbia de su pasado y estalla en una carcajada: "Fue del lado izquierdo... ah, no es cierto, fue del derecho. ¡Siempre los pulmones! Yo creo que, al final, de eso me voy a morir, ¿verdad?"

Le llovía la mala fortuna

De eso o del vidrio que literalmente le cayó del cielo, cuando una daga transparente se desprendió de una ventana y estuvo a punto de matarlo. Una cicatriz de más de 20 centímetros en un costado le revive el incidente. "No, mi vida era un de-sas-tre", remarca mientras sacude la cabeza como si tampoco él pudiera creerlo.

Para el Gato hasta un día de supermercado era potencialmente una situación de riesgo. En 1990, durante un asalto recibió un balazo en la rodilla mientras hacía las compras en Aragón

"Cuando intenté caminar me salió un chorro de sangre. Estaba quieto, sin decir nada porque me preocupaba que mi familia estuviera espantada."

Hace una pausa, porque cuando habla de su familia las palabras se le atragantan. El dolor le recuerda de pronto que una broma en 1995, conduciendo un Corvette a gran velocidad en la carretera, terminó en una volcadura. En el auto viajaba su familia. Todos salieron ilesos.

Dice que fue buena suerte, porque a pesar de todo cree en ella. Lo expresa con su colección de amuletos y objetos que lo acompañan. Un dije con la cabeza de un tigre de jade, del que supone recibe la fuerza y agilidad de un felino, collares de santería y, sobre todo, el tatuaje de un trébol de cuatro hojas.

–¿Cómo entender la idea de la buena suerte con una biografía como la suya?

"Pues por eso. Creo que si no tuviera buena suerte... ya estaría muerto, ¿no?", indica mientras acomoda en su billetera la oración del justo juez. En la tarjeta se lee: "Las personas que cargan este cuadernillo serán liberadas de cualquier peligro en que se vean".


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Ocho tesis y muchas preguntas

Paco Ignacio Taibo II

Hace más de tres años el hombre que dirige desde Los Pinos los destinos de esta nación declaró una guerra contra los cárteles mexicanos de la droga. Al paso del tiempo los mexicanos habíamos aportado a esta guerra más de 31 mil muertos, según cifras oficiales, un número incontable de heridos, varias de las grandes ciudades del país (Ciudad Juárez, Chihuahua, Monterrey, Tampico, Morelia, Culiacán, Mazatlán) viviendo bajo el miedo y en virtual estado de sitio, regiones abandonadas por su habitantes, zonas rurales que son tierra de nadie, carreteras federales intransitables, 17 estados de la República en crisis profunda de inseguridad, más de un millar de quejas ante las comisiones de derechos humanos (y esas son las que se hacen públicas, porque el miedo impide que se conozca más allá de la punta del iceberg) por violaciones, secuestros, chantajes, cateos ilegales, robos y todo tipo de abusos producidos por las fuerzas policiacas, el Ejército y en menor medida por la Marina, barrios urbanos y zonas industriales en los que no entran inspectores de Hacienda o de salubridad, porque el narco es el Estado.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Cómo puede detenerse esta inercia antes de que México se desvanezca en medio del miedo y el terror en un holocausto repleto de cabezas cortadas, tiroteos donde los ciudadanos inocentes son "bajas colaterales", policías que entran a la casa rompiendo la puerta y se roban el queso que hay sobre la mesa, cárceles donde impera la mafia y se tortura sistemáticamente, declaraciones oficiales de avances y éxitos que ya ni los niños de la gran burguesía urbana se creen, fábricas y talleres que cierran, madres asesinadas por protestar por el asesinato de sus hijas?

Primera. Calderón pactó el inicio de esta guerra con el presidente Bush, ni siquiera con el entonces recién llegado Obama. Y la pactó en términos de ofrecerla en bandeja. Y la pactó en condiciones absurdas. La guerra contra el narco no era, no debería ser, una guerra mexicana, porque era, es en esencia, una guerra estadunidense, generada por el mayor consumo de droga a escala planetaria, el que se producía dentro del territorio de Estados Unidos. Así, la propuesta mexicana no debió haber pasado de una oferta de apoyo a una guerra que debería librarse en territorio gringo, combatiendo las redes de distribución, las estructuras financieras, controlando la frontera. En su territorio, no en el nuestro. Pero no fue así. En tres años no ha habido más de media docena de operaciones importantes de aquel lado de la frontera, mientras que de éste se ha desatado la más sangrienta de las confrontaciones que hemos tenido los mexicanos desde la guerra cristera.

Imágenes. Logro descubrir leyendo todos los periódicos locales de Acapulco los supuestos, los previos oficios, de los 15 hombres aparecidos sin cabeza: son dos adolescentes, un lavacoches, un chofer de recogida de basura, un mecánico, dos desempleados, un policía municipal, tres albañiles; las infanterías del cártel de Acapulco masacradas por el grupo del Chapo Guzmán (según dicen cartulinas encontradas a su vera) por el control de la plaza.

Segunda. Al gobierno de Calderón le tomó un año pedir a los estadunidenses el control del tráfico de armas, y desde que lo pidió no ha obtenido resultados. Según cifras oficiales, cerca de 50 mil armas largas (ojo con esto de las cifras oficiales: ¿quién las contó?), municiones, lanzacohetes, ametralladoras pesadas, han entrado a México para proporcionar a las mafias un poder de fuego muy superior al de las fuerzas armadas. Hoy cualquier achichincle de un narco puede seguir comprando municiones para un cuerno de chivo en una tlapalería en Houston. Las balas que matan a mexicanos se venden alegremente en Estados Unidos.

Tercera. Antes de iniciar una guerra, y no hay que leer a Sun Tzu o a Federico Engels para saberlo, el Estado debería contar con una labor de inteligencia sólida. ¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Cuáles son sus nexos? ¿Cómo es su estructura financiera? Mil y un preguntas que necesitaban respuestas. Hoy sabemos que al momento de iniciarse la guerra de Calderón contra el narco toda, o buena parte de la estructura de inteligencia del Estado mexicano estaba en manos de facciones del propio narco, que utilizando a jefes policiacos del más alto nivel dirigieron las operaciones contra bandas rivales, agitando un avispero de venganzas que parece no tener fin. ¿Qué tanto de su aparato policiaco trabajaba para el enemigo? Directores de la policía, de las agencias contra el crimen organizado, la SIEDO, comandantes de la AFI, subprocuradores… A la fecha, el Estado mexicano aún no lo sabe o no quiere saberlo. A la fecha, la "inteligencia estatal" está filtrada, distorsionada, fragmentada; resulta (sobre todo de la lectura de sus comunicados) absolutamente incoherente.

Cuarta. El sistema judicial está podrido. Lleva muchos, muchos años estándolo. Agentes del Ministerio Público descalificados, jueces corruptos, ineficiencia absoluta cuando no complicidad declarada con el crimen. Con una estructura como esa no se podía ir a la guerra. ¿Cuántos delincuentes han sido dejados libres en estos pasados tres años? ¿Cuántos han recibido condenas intrascendentes respecto de la magnitud de sus crímenes? Pepe Reveles narraba el otro día en una mesa redonda que los que le entregaban los cadáveres al Pozolero (y hablamos de más de un centenar de muertos) pronto saldrán en libertad, porque el Ministerio Público sólo pudo acusarlos de tenencia de armas y posesión de drogas a causa de una investigación mal integrada. Reina un caos maligno, como habitualmente reinaba en la justicia mexicana, paraíso del accidente y la casualidad. Vivimos en un territorio de rezago de indagaciones, expedientes confusos, sin investigación científica, ausencia de un banco nacional de huellas digitales, inexistencia de un concentrado de la información de todas las agencias policiacas del país ¿Cuántas veces hemos leído en la prensa que el detenido había estado en la cárcel recientemente? ¿Quién lo soltó?

Quinta. En la cárcel de Torreón la directora torturaba a los presos. En otra cárcel las bandas tenían permiso para salir de noche para ejecutar rivales, en otras 10 prisiones se han producido fugas masivas. Hay denuncias sobre el control y los privilegios que las mafias tienen sobre todas las prisiones, incluso las de alta seguridad. Han sido despedidos más de una docena de directores de cárceles en los meses recientes. ¿Ha cambiado la situación interna? Sin la previa depuración del sistema carcelario, no se podía ir a la guerra.

Imágenes. La más aterradora de las anécdotas: en Torreón un hombre se detiene en el semáforo. Cuando se pone la luz verde ante él, el coche que lo precede está detenido. Va a tocar el claxon y duda. No son tiempos para andar tocando el claxon. La circulación está parada. Transcurre un nuevo espacio de tiempo con el semáforo nuevamente en rojo. Se decide y baja del coche, amablemente les pregunta a los del auto parado si puede ayudarlos en algo. El chofer le enseña una pistola y le ofrece 200 pesos. “Se ve que usted es gente decente, acabo de perder una apuesta con este güey [y señala a su copiloto, que muestra una Uzi muy sonriente] que usted nos tocaba el claxon y yo le pegaba un tiro. Es su día de suerte, amigo.” El coche arranca. El hombre amable se queda ahí, sudando frío.

Paquetes de dólares

Sexta. Conan Doyle en la boca de Sherlock Holmes solía decir que cuando una historia no estaba clara “follow the money”, hay que seguir el dinero, el rastro económico. El narcotráfico, como lo fue el contrabando de alcohol en Estados Unidos durante la era de la prohibición, o el robo de coches en México, es un negocio criminal, sigue reglas de un mercado semivisible, tiene inversiones, está sujeto a la producción y la distribución. Una parte del dinero, millones de millones de dólares, se moverá prosaicamente en paquetes de billetes verdes envueltos en papel periódico y en maletas Samsonite, pero otra parte, quizá la más importante, se convierte en inversiones, casas, automóviles de lujo, oficinas, hoteles, tiendas, restaurantes… En la era de Caro Quintero una colonia en Ciudad Juárez llamada burlonamente Disneylandia, estaba repleta de mansiones extravagantes: castillos de La Cenicienta, mansiones californianas, material chafa de Las mil y una noches, pagodas budistas. Todo el mundo en la ciudad sabía que era territorio del narco. El dinero es visible. ¿Y la ruta, las rutas que descienden desde Estados Unidos no lo son? El SAT está muy preocupado por cobrar los impuestos a cualquier gringo que se descuide y ¿no es capaz de detectar los millones que bajan desde el otro lado de la frontera? El gobierno mexicano ha puesto miles de trabas bancarias a los ciudadanos para mover su dinero, pero no ha abierto una macroinvestigación sobre las operaciones bancarias que acompañan este gran dinero de las mafias. En los cientos de decomisos, cateos, detenciones, ¿no han aparecido chequeras, cuentas bancarias, huellas y rastros? ¿Por qué no se habla de esto nunca? ¿Por qué el gobierno mexicano no ha pedido a Estados Unidos operaciones financieras que bloqueen el flujo de dinero al narcotráfico? Sin una investigación financiera sólida y un pacto bilateral con los estadunidenses para el bloqueo del dinero del narco, no se podía ir a la guerra.
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Efectivos del Ejército vigilan una casa de la colonia Lomas de Casa Blanca, en Jalapa, donde se produjo el enfrentamiento entre militares y presuntos delincuentes que dejó un saldo de 14 muertos este viernesFoto Reuters

Imágenes. Un gerente del Santander informaba hace dos años a su jefe regional que estaba recibiendo dinero no muy claro, como respuesta recibió un money is money.

Séptima. Un convoy del Ejército en La Laguna se dirige a una cárcel de alta seguridad: están transportando a un preso importante. Como no conocen la zona les han puesto una patrulla de la policía local al frente y otra en la cola. Al llegar a un semáforo la patrulla se detiene. Enciende y apaga las luces tres veces y luego se fuga a 150 kilómetros por hora. La patrulla de la cola hace lo mismo en reversa. De los callejones salen hombres armados que disparan contra los militares. Las patrullas no han vuelto a aparecer en la escena pública, tampoco los patrulleros, que se han desvanecido en esta gran nada informativa que es la guerra de Calderón. Entre Monterrey y Tampico una caravana de camionetas de renta que regresaban de un servicio son desviadas por la policía hacia una brecha, un camino rural. Al final del tramo un grupo de zetas armados con ametralladoras los están esperando. Los choferes serán torturados y robados. Hoy sabemos, gracias a las declaraciones de los testigos protegidos, que durante años altos mandos de la policía escoltaron los transportes de droga y protegieron como escoltas a los capos. Pero no sólo la policía, las policías, muchos policías, actúan en colaboración, apoyan, informan, protegen al narco, el Estado lo ha abastecido de cuadros. Uno de cada tres detenidos, se puede leer día a día en los periódicos, es un policía o un ex policía, un militar. Hace años en Tijuana pregunté al director de un diario por qué en días recientes se habían matado a tiros entre ellos una docena de policías en un choque entre bandas rivales. Me respondió que resulta más barato contratar a un poli que entrenar a un sicario. ¿Cómo es posible que el Ejército Mexicano (y el estadunidense) haya entrenado a un cuerpo entero de elite militar que luego se pasa en bloque para constituir la esencia de Los Zetas. Si los mexicanos lo sabíamos, si sabíamos que la delincuencia era policiaca en millares de casos, ¿no lo sabía el Estado mexicano? ¿Es posible ocultar cuando tu salario pasa de 15 mil pesos al mes a 250 mil? ¿Cuántas horas de investigación económica resistiría un agente de la policía antes de descubrir que tiene seis casas en fraccionamientos del estado de México? ¿Hay alguien en México que sepa interpretar la lectura de un polígrafo, el vulgarmente llamado detector de mentiras? ¿O el Estado mexicano no se atreve a usarlo ante el riesgo de que se muestre que la mayoría de sus agentes mienten? ¿La mayoría? ¿10 por ciento? ¿90 por ciento? ¿Hay algún polígrafo funcionando en alguna dependencia policiaca del país? ¿O se ha vendido para comprar refrescos y gansitos marinela en el Oxxo más cercano? Todo nace de unas fuerzas del orden cuya moral está pervertida. Y esta es una vieja historia mexicana, que adquiere su mayor nivel durante el alemanismo. Su clave es la impunidad. Los mexicanos sabemos que históricamente la policía y el Ejército no son una fuerza de orden sino una fuerza criminal semilegalizada, represiva. Sabiéndolo el gobierno Calderón como debería saberlo (no podemos presumir ese grado de estupidez que llegaría a lo inverosímil), ¿cómo se atrevió a lanzar una guerra contra el narco con ese material humano? Una guerra que no sólo no se podía ganar, sino que ni siquiera podía empezarse sin haber limpiado antes las fuerzas del orden. ¿Pero cómo limpiarlas sin debilitar al mismo tiempo la esencia represiva del propio Estado mexicano? Un general retirado me contaba que no tenía duda de que en el Ejército había un centenar de capitanes y mayores honestos, pero que no estaban cerca de la toma de decisiones. No se podía lanzar una guerra contra el narco con este material humano. No hay posibilidad alguna de variar la situación mientras la moral dominante en las "fuerzas del orden" sea la que hoy es.

Imágenes. Cualquier ciudadano con un celular puede grabarlas, en la carretera de Tampico a Matamoros circulan convoyes de cuatro o cinco camionetas negras, traen pintado en el costado con spray las siglas CG, cártel de Golfo.

Empresas que cobran protección

Octava. Hoy el narco no sólo es una docena de grupos armados que controla una de las más importantes fuentes económicas del país. Son empresas que cobran protección, por ejemplo, a todos los comerciantes de Cancún. Son el control de todos los vendedores ambulantes de Monterrey. Son la justicia en zonas enteras de Michoacán donde La Familia reprime a maridos abusadores y deudores perniciosos (léanse las notas de Arturo Cano en La Jornada). Son los controles en carreteras federales que cobran peajes. Son los que le ofrecieron (y le cumplieron) a un restaurantero en Ciudad Juárez que si pagaba protección, no más inspectores de salubridad ni requerimientos de Hacienda. Son los controladores de la red de tráfico humano y secuestros más grande del planeta. Son los que ofrecen empleo bien pagado a millares de jóvenes de las pandillas de las zonas fronterizas. Son en una parte muy grande nuestro país, el nuevo Estado. Y un Estado que sustituye a otro Estado basado en el abuso, la corrupción. Un mecánico de banqueta en Chihuahua paga al narco 200 pesos a la semana por el uso de la acera, antes le pagaba de mordida 300 a la policía. Tal para cual. ¿Por qué habría de estar en la cárcel un capo si no lo está el que cometió un fraude electoral que robó a la nación su destino, ni lo está el que con su modesto salario de funcionario compró tres castillos en Francia? Mientras el Estado mexicano no pueda garantizar a sus ciudadanos una relación honesta no se puede librar una guerra contra el narco.

Imágenes. Unos niños en una foto en la primera página de La Jornada muestran un cartel que dice: "Queridos Reyes Magos, no queremos la guerra de Calderón." Pero no basta con no quererla, hay que detenerla. Y eso significa, antes de otra cosa, resolver, entre otros, los ocho problemas que aquí se enuncian.


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viernes, 14 de enero de 2011

¡Basta de sangre!

PABLO ORDAZ


Lenta, descoordinada, pero inexorablemente, los mexicanos empiezan a alzar la voz. La situación de violencia que vive el país -más de 15.000 homicidios en 2010, el doble que en 2009 y el triple que en 2008-, unido a la falta de resultados tangibles de la guerra contra el crimen organizado emprendida por el presidente Felipe Calderón desde que llegó al poder en 2006, está provocando la aparición de una serie de colectivos ciudadanos que reclaman, cada uno a su manera, el fin de la violencia.



El más reciente, ¡Basta de Sangre!, está arropado por un grupo de intelectuales de izquierdas y es tal vez el más beligerante con el presidente de la República. Sus promotores, el caricaturista Rius y el periodista Julio Scherer, adjudican al propio Felipe Calderón la responsabilidad del caos: "Porque tú eres el responsable de una estrategia fallida e irresponsable. Porque la persecución política y militar no puede por sí misma derrotar al narcotráfico. Porque en esta falsa guerra solo se ha conseguido encarecer la droga y abaratar la vida".

De forma más moderada, aunque no menos tajante, otros grupos -México Unido contra la Delincuencia, Alto al Secuestro o México SOS- reclaman al presidente Calderón y a los políticos en general que tomen medidas más rápidas y eficaces para frenar el continuo derramamiento de sangre: durante 2010 se produjeron una media de 40 asesinatos diarios, sin contar los secuestros o el muy alarmante aumento de las extorsiones telefónicas.

Tarde -ya lleva cuatro años de mandato-, pero de forma decidida, el presidente mexicano ha decidido bajar a la calle para escuchar, sin filtros, lo que la sociedad civil tiene que demandarle. En una serie de encuentros por todo el país llamados Diálogos por la seguridad, Calderón se sienta junto a los líderes ciudadanos y escucha sus propuestas.

El miércoles, en el Distrito Federal, quienes le reclamaron tenían la autoridad moral escrita en sus nombres. El ejemplo más claro, Isabel Miranda de Wallace. La presidenta de Alto al Secuestro consiguió ella sola localizar y detener uno a uno a los secuestradores y asesinos de su hijo, luchando no solo contra los criminales sino también contra un sistema policial y judicial corrupto. Ahora se dedica a luchar por los demás y a decirle muy alto a Calderón: "No se están atacando las causas de la violencia, sino sus efectos. No se está combatiendo la pobreza y la desigualdad...".

El presidente, encuentro tras encuentro, se siente obligado a defenderse con un argumento repetido: los responsables de la violencia son los criminales, y no las autoridades que los enfrentan. En esa línea, hay quienes, como el escritor Héctor Aguilar Camín, ven con preocupación que las iras ciudadanas por la situación de violencia se vuelvan contra los políticos y casi nunca contra los narcotraficantes: "No hay una condena moral sistemática contra los asesinos, que son los responsables de la sangre y de las ejecuciones y de los decapitados. ¡El Gobierno no mató a esos muchachos [los 13 adolescentes asesinados en febrero en Ciudad Juárez], los mataron esos hijos de puta! Reclamémosle al Estado ser tan ineficaz con la seguridad que está obligado a dar. Pero los hijos de puta son los hijos de puta...".

Cuatro años después, 34.600 muertos más tarde, los mexicanos empiezan a levantar la voz: ¡basta de sangre!

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jueves, 13 de enero de 2011

Palestina: la resistencia cotidiana

Alejandro Saldívar
“Mientras haya muro habrá Intifada”, sentencia el habitante de un campamento de refugiados. Se refiere a la muralla que Israel construye alrededor de la patria de los palestinos, a quienes no cesa de atacar: los detiene y tortura, los encarcela en condiciones infrahumanas, hace escarnio de ellos. “No podemos permanecer en silencio mientras nos matan”, afirma un veterano de la resistencia pacífica.

NABI SALEH, CISJORDANIA, 12 de enero (Proceso).- Basem Tamimi ha estado 12 veces en la cárcel y sigue siendo perseguido por el gobierno israelí. La primera vez que lo arrestaron fue después de que Isaac Rabin, Bill Clinton y Yasser Arafat firmaran los Acuerdos de Oslo, en septiembre de 1993.

“Me acusaban de haber asesinado a un colono judío. Me sacaron de mi casa a golpes y estuve en coma ocho días. Cuando desperté estaba rodeado de militares que me preguntaban quién había asesinado al colono. Me tuvieron en la cárcel 40 días. Algunas veces me torturaban. Cuando salí, en diciembre de 1993, el cuerpo de mi hermana me esperaba en casa. Ellos la asesinaron.”

Basem Tamimi tiene 43 años pero se ve mayor. Nació en Nabi Saleh, al norte de Ramallah. Un pueblo de 400 habitantes con un alto porcentaje de mártires y presos. A lo lejos la carretera se ve como una lombriz entre un montón de casuchas en medio del desierto.

“La resistencia popular es parte de la vida cotidiana de Nabi Saleh. Es el mejor modo de oponerse a la ocupación. Es una forma de que escuchen nuestra voz palestina. Los israelíes quieren matar nuestra esperanza con los asentamientos, el muro y su violencia”, dice.

La casa de Basem es un homenaje a la resistencia: banderas palestinas de todos los tamaños, granadas de gas lacrimógeno vacías, casquillos aplastados de M-16. Una pequeña biblioteca de insurrección, democracia y libertad. Fotos familiares y carteles que exigen la liberación de Abdallah Abu Rahmah, uno de los líderes del pueblo de Bil’in, en el sur de Palestina.

Basem se esfuerza por explicar cómo sobrevivió al suplicio de la Intifada, esa insurrección que en los últimos 10 años se ha llevado –según la organización B’Tselem, el Centro de Información por los Derechos Humanos– a 6 mil 371 palestinos (de los que mil 317 eran menores) y a mil 83 israelíes.

“La resistencia popular es el mejor modo de detener la ocupación de Israel. Pero los periódicos de ellos sólo arrojan ponzoña sobre los palestinos: dicen que somos terroristas y que las víctimas son los judíos. No buscamos una resistencia armada pero no podemos permanecer en silencio mientras nos matan y le quitan el futuro a nuestros hijos. La libertad es la vida y la vida sin libertad no es nada.”

Desde diciembre de 2009 todos los viernes los israelíes cierran los accesos a Nabi Saleh y libran una batalla campal contra sus habitantes. En las dos primeras semanas de noviembre hirieron a 22 personas, entre ellos a una niña de 10 años, un médico y dos periodistas palestinos.

A lo lejos se ve el asentamiento de Halamish. De acuerdo con la ONG Peace Now, en ese lugar viven 956 colonos judíos… y muchos de ellos están armados.

Para Basem los asentamientos son la cara más evidente de la ocupación. “Ellos se robaron la tierra. Son un claro mensaje de guerra, hacen trizas a la humanidad. Tienen un sentido distorsionado de la religión. Vienen aquí y nos quitan el agua y matan a las personas. No tienen humanidad”.

Una eventual interrupción en la construcción de asentamientos judíos no afectaría los barrios orientales de Jerusalén –que desde el plan de partición de 1947 se considera territorio ocupado– y retrasaría los planes de la Autoridad Nacional Palestina para exigir ante la ONU el reconocimiento como Estado.

“Israel se sobrepone al derecho internacional. En su cabeza no existen las leyes”, dice Basem con un halo de resignación. “Nosotros ya no queremos la tierra, queremos nuestra libertad. Ellos (los militares) controlan nuestra vida. Ellos –dice señalando hacía el asentamiento– no se irán nunca”.

En Nabi Saleh los niños usan máscaras antigás hasta en sus casas. Por eso Basem tiene los ojos irritados. “Ésta es la última oportunidad para que Mahmoud Abbas negocie con Israel. Para destruir necesitas la guerra. Para la paz necesitas la resistencia y la protesta”.



Abusos

El pasado 10 de noviembre, el ministro palestino de Asuntos de Prisioneros, Issa Qaraqe, dio a conocer el caso de dos niños de 13 años torturados en el centro de detención de Petah Tikva, en Israel.

Muhammad Tare Abdul Latif Mukhaimar y Muhammad Nasser Ali Radwan fueron capturados en julio en la provincia de Beit Ur Al-Tahta. Los atraparon en la autopista 443, un camino exclusivo para judíos. Los militares que los aprehendieron los tiraron al suelo y los golpearon con las culatas de los M-16. Les vendaron los ojos y los llevaron al centro de detención en Israel.

En Petah Kitva los encerraron desnudos en un baño donde el aire acondicionado estaba encendido. “Lo más terrible fue cuando uno de los soldados meó sobre nosotros y grabó todo en video”, dijo Mukhaimar.

Después fueron trasladados al centro de detención del asentamiento de Binyamin, donde fueron interrogados de las 10 de la noche a las tres de la mañana. Más tarde los pusieron bajo “custodia preventiva” en la cárcel de Remonim durante tres meses.

Un estudio –basado en testimonios de 121 palestinos– dado a conocer en noviembre pasado por las ONG B’Tselem y HaMoked revela que “las violaciones a los derechos humanos comienzan desde el momento de la detención y continúan durante toda la estancia en las prisiones”.

Apunta: “Las violaciones incluyen crueles condiciones de aislamiento en las celdas, donde la higiene es vergonzosa (…) El uso de cualquiera de estos medios constituye un trato cruel, inhumano y degradante. Todos están prohibidos en virtud del derecho internacional y el derecho de Israel”.

Desde 2001 los palestinos interrogados por agentes de Israel han presentado 645 denuncias ante el Ministerio de Justicia. Hasta ahora ninguna demanda ha resultado en acciones penales.

Israel reconoció que pese a que el uso de la violencia en las detenciones está prohibido, “la práctica sigue siendo frecuente y parece que los soldados reciben mensajes contradictorios de sus comandantes”. Y justifican las detenciones como “una acción necesaria para acabar con los actos de terrorismo”.

La tesis de Israel es que los tiradores de piedras (o tirapiedras, como llaman a los adolescentes de la Intifada) son un ícono de la insurgencia y la resistencia popular. Para ellos lanzar piedras es un acto patriótico. Para los judíos es un acto de vandalismo, cobardía y, además, una incitación al terror.



Intifada interminable

Para Ali es muy aburrido escuchar de las negociaciones de paz entre Israel y Palestina. Para él lo único que vale la pena es preparar café en una olla oxidada y fumar Gauloises. Desde hace cinco años vive en un campamento improvisado junto al muro que divide Jerusalén de Ramallah.

Ali tiene 24 años y estudia agricultura en la universidad de Birzeit. Se asume como un desempleado y vende madera para sobrevivir. Por una tonelada gana el equivalente a 2 mil pesos. No tiene agua ni electricidad. Su sala está hecha con desvencijados asientos de automóvil.

Entre Israel y Cisjordania se alza un muro de hormigón de ocho metros con torres de vigilancia, puertas especiales y cercas electrificadas. Cuando lo terminen de construir tendrá 700 kilómetros de largo, cinco veces más que el Muro de Berlín. No está diseñado para ser desmontado.

Un informe del Comité Israelí Contra la Demolición de Casas (ICAHD, por sus siglas en inglés) encierra la vida de Ali en el concepto de warehousing (almacenamiento), término que se aplica a los millones de “reclusos” que han quedado “encerrados” detrás de los muros de concreto.

Según el ICAHD, Israel no sólo separa a la población sino que construye un muro alrededor de la pobreza palestina. Pero los israelíes disfrazan sus acciones en nombre de la “guerra contra el terrorismo” en la que los palestinos “no son más que un frente en una batalla moral contra las ‘fuerzas del mal’”.

Y puntualiza: “El warehousing es peor que un apartheid. El muro también tiene una advertencia fundamental: a los trabajadores palestinos no se les permitirá entrar a Israel”.

Ali habla caóticamente, como si varias ideas se le enredaran en la lengua: “Hace 10 años, en la segunda Intifada, los militares me disparaban sin razón. Los militares palestinos sólo defendían a los ricos. Mira, yo no estoy con Hamas ni con Al-Fatah (las dos organizaciones que se disputan el liderazgo palestino). Yo trabajo aquí, sólo quiero vivir y completar mis estudios”.

Aunque los judíos maquillen su lado del muro con la leyenda “estamos en paz”, por el otro hay una compulsiva tendencia a contradecirlos: “Israel, ¿así quieres ser recordado?”, “detengan la limpieza étnica”, “Palestina libre”, “nosotros podemos volar con las alas que ustedes no pueden tocar”, “dejen de matar a mis hijos, mis hermanos, mi marido, mis padres”.

Ali se palmea los muslos con hartazgo. “Mientras el muro siga ahí, la Intifada no va a terminar”.

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miércoles, 12 de enero de 2011

Juárez: la resistencia de los "nadie"

Marcela Turati

CIUDAD JUÁREZ, CHIH., 11 de enero (Proceso).- Rubén Vázquez estaba harto de la sangrienta guerra entre las pandillas de su barrio. Para proteger a su familia colocó una puerta de triplay que resistió cachazos, garrotazos y puntapiés vandálicos. En la desesperación, bardeó su casa, enrejó ventanas y las forró con plástico para repeler pedradas. Contra los balazos sólo le quedaba rezar y tirarse con los suyos al piso.

A partir de 2008, cuando la comezón asesina contagió a los jóvenes juarenses y los cárteles enrolaban sicarios por barrios periféricos como el suyo –afincados sobre dunas; las viviendas elaboradas con desperdicios–, él se sintió desolado. Hasta que tuvo una idea.

Limpió un arroyo cercano, lo emparejó y despedregó, le pintó una larga raya blanca hasta formar un rectángulo e instaló unos fierros en cada extremo. Se puso un silbato al cuello e invitó, casa por casa, a los pandilleros enemigos a que disputaran el honor en la cancha improvisada. Ellos le tomaron la palabra: la Liga de Futbol Siglo 21 es un éxito. Mientras la delincuencia en la ciudad rebasa los límites de lo imposible (en tres años saltó de uno a siete asesinatos por día), la colonia Siglo 21 es ahora más segura.

Este logro es posible gracias a jugadores como David Chavero, El Coreano, un veinteañero de ojos rasgados y tatuajes con letras orientales que lidera la pandilla Indios, una banda de cholos armados que el año pasado perdió a tres integrantes en la disputas territoriales. Por su bravura, cualquiera de los cárteles querría ficharlo, pero Vázquez se les adelantó y lo reclutó para el deporte.

Sentado en el porche de la casa de los Vázquez, el capitán del equipo Indios sonríe al explicar su transformación: “Antes nomás andaba peleando el territorio, sólo subíamos pa’cá a agarrar de balazos a los de aquí, pero ahora ya hasta me saludan. Ya namás estoy esperando a que sea domingo para jugar”.

Don Rubén (como todos le dicen a Vázquez), su esposa Dolores y las vecinas que presencian la entrevista lo escuchan con respeto, ya no con desconfianza o miedo.

“Cuando no había equipo peleaba, me drogaba, asaltábamos, pensaba nomás en la venganza porque del barrio han matado a cinco o seis. Ya ahora pienso diferente, hago otras cosas, juego fut, cascareamos, venimos todos los domingos y busco trabajo en la maquila, pero está bien cabrón, no me agarran por los tatuajes y por no tener papeles de estudios”, dice con la mirada baja.

A su lado, Meni, otro de su tribu, agrega: “A como está de gacha la ciudad y ahora que ofrecen jale de sicario y 3 mil a la semana, con el deporte sí se despeja uno la mente para otras ideas, ya no piensa pura maldad”.

El Coreano asiente. Su piel parece un códice en el que lleva escrito –en el brazo izquierdo– Estela en chino, su apodo en letras cholas, un dragón en el hombro derecho, una mata de mariguana en la axila, el nombre de sus hijos en el pecho, dos calaveras en el cuello y una araña en la espalda. Esos son sólo los tatuajes visibles; ocultos bajo la camiseta holgada porta otra decena de inscripciones y siete cicatrices de balazos.

“El día que me pusieron tres balazos, al día siguiente me vine a jugar”, festeja antes de concentrarse para leer la cartulina con el rol de juegos del próximo fin de semana: jugarán siete equipos de mujeres, 10 de niños y 16 de adultos, que llevan nombres como Resto del Mundo, Inter, Deportivo Chong y Blue Star, provenientes de cinco barrios vecinos.

“Los de Blue Star eran unos chavalitos bien drogadictos, andaban cayéndose por tanta aguaceleste. Una mamá los trae, me dice ‘don Rubén, no completé para el árbitro, ¿los deja jugar?’, y claro, el chiste es que dejen unas horas las drogas. Siempre pierden, la última vez 5-0, pero les regalé un trofeo chiquito y andaban bien gustosos”, narra satisfecho el creador de la liga, que entre semana es chofer de un camión que transporta a obreros.

Las reglas de su campo prohíben drogarse o emborracharse. Los tres mejores equipos de cada categoría ganan un trofeo (el más grande del tamaño de una puerta), otro se da de consolación y el portero menos goleado recibe unos tacos. Cada equipo paga 125 pesos por juego, que alcanzan para pagar a los árbitros y para que Vázquez pague en abonos los siguientes trofeos.

Sábados y domingos, de siete de la mañana a siete de la tarde, don Rubén se planta en el campo para atajar cualquier conato de bronca, expulsar a quien se acerque con cervezas, animar a los muchachos para que inviertan en un uniforme en lugar de drogas y no pierdan la fe en hallar un empleo.

Una vecina chismosa cuenta que una regidora quiere apropiarse de la liga y los priistas presionan para que la rebauticen como “Liga César Duarte”, como el gobernador. Don Rubén, firme como árbitro, prefiere mantener a los políticos afuera de la cancha, expulsados.

“Así como crecieron en el deporte podrían crecer en un trabajo, pero no tienen oportunidades para salir adelante; como están tatuados no los contratan. Una oportunidad les hace falta”, lamenta, pues la ciudad se diseñó con escasas preparatorias para que los jóvenes pasaran su juventud en las bandas de producción de las maquiladoras, que tampoco los contratan.

Desarraigar la violencia



Los días de sol, a las seis de la tarde, el parque Hidalgo se va llenando de niños y niñas que apagaron el Nintendo para reunirse ahí, a pesar de que la ciudad está en guerra.

En tres años, 7 mil 434 personas han sido asesinadas en Juárez, entre ellas más de 100 infantes. 2010 fue el año más sangriento: se cometieron 3 mil 111 asesinatos, y junio fue un mes fatal que se inauguró con la muerte de Liliana, una niña de tres años rafagueada junto a su papá; al día siguiente, dos hermanos, de tres y cinco años, vieron cuando un comando levantó a su padre del auto familiar (luego fue decapitado) y su mamá se desangró en el asiento; el día 13, un niño de ocho años presenció la ejecución de su papá, y el 16 fue torturado hasta la muerte Fidel, de 10 años, con sus abuelos...

En el parque, a los pequeños valientes los espera un colectivo de jóvenes que les imparten lecciones de resistencia ciudadana, camufladas con actividades culturales.

Un chavalo flaco les enseña a pararse de cabeza y contorsionarse sobre una alfombra vieja; una hiphopera bate sus tambores africanos con los más pequeños y supervisa a las niñas del hula-hula; un escritor entretiene a los noveles dibujantes que, de vez en cuando, pintan sangre y balaceras; un filósofo ameniza con música tecno y un pasante de medicina atiende a los niños raspados.

“Nuestra intención es que salgan a la calle a jugar, sabemos que representa un peligro salir al parque –aunque dentro de la casa los papás no los aguantan–. Sólo así, saliendo a jugar, sabiéndonos sujetos de cambio y ciudadanos, vamos a poder recuperar las calles”, explica el esfuerzo Susana Molina, una hiphopera, poeta, dibujante y malabarista conocida en el mundo artístico como Obeja Negra.

Ella, hija de migrantes llegados a Juárez atraídos por el trabajo de las fábricas, hace notar que en el Colectivo Fronterizo “habemos jóvenes que soñamos más allá del trabajo esclavizante de las maquilas, al que estábamos destinados, o que no nos volvimos sicarios ni vendemos drogas, porque ésa es una salida fácil. Nosotros queremos crear y hacer propuestas, sabemos que no vamos a cambiar a Juárez, pero nos permitimos soñar a pesar de la realidad devastadora”.

Los fines de semana, su colectivo se reúne con otros de poetas, malabaristas, teatreros, raperos y djs, y visitan barrios peligrosos, donde pintan con esténciles poemas en las paredes, cuentan cuentos, danzan, en un intento de convencer a la gente de salir de su encierro y enseñarlos a apropiarse de los espacios públicos.

Por esta labor no obtuvieron fondos del programa federal emergente Todos Somos Juárez. “Prefirieron invertirlo en pavimentar calles”, lamenta Obeja Negra, quien reclama en la canción Ninguna guerra en mi nombre, que interpreta con las otras tres integrantes del grupo Batallones Femeninos:

…Mi gente no se rinde, nunca esperen cobardía, me han dado más fuerza pa’ seguir con cada día, y decirles a los malos, no han podido todavía, llego con un corazón de acero, alzo mi voz al viento por mi ciudad que quiero (…) vengo aturdida por parranda de balazos, suenan, retumban los cañonazos, es la actitud, el surco de mis pasos, ninguna guerra en mi nombre, genocida primer mandatario…

“Rudy” (nombre ficticio) era un niño rechazado por todos. Su papá y su mamá prefirieron las drogas a cuidarlo, sus familiares no quisieron adoptarlo. Vivió varias temporadas en el DIF hasta que lo adoptaron unos tíos con poca paciencia. Tiene 13 años, y todos los días, por agresivo, era expulsado del salón. Un día lo rescataron Las Hormigas, un grupo de mujeres que atiende a niños y niñas abandonados, descuidados por sus padres, expulsados de las escuelas, agresivos o traumados, y les enseñan a enderezar su destino.

Las Hormigas han atendido a niños con problemas de lenguaje, a quienes el maltrato les paralizó la lengua, a unos que sólo sabían morder, a otros “desconectados de la realidad” tras presenciar el asesinato de su papá o a sobrevivientes de masacres.

Las fundadoras de la organización son Linabel Sarlat y Elvia Villescas, dos exmonjas que –contrario a lo que decidió para ellas su congregación– quisieron compartir la vida con los más pobres y eligieron el barrio Anapra, una colonia afincada sobre el arenoso desierto, poblada por casas de cartón, sin agua y donde era frecuente hallar cuerpos de mujeres enterrados. “Creemos que la única manera de romper la violencia es haciendo un trabajo de raíz, logrando un cambio en cada persona”, dice Sarlat, la exmonja yucateca.

Un diagnóstico similar arrojó la investigación que hizo entre pandilleros la socióloga Teresa Almada, directora del Centro Casa Promoción Juvenil, quien detectó que comparten un perfil de abandono, son hijos de migrantes y vivieron desintegración familiar, violencia y deserción escolar entre los 11 y 12 años.

Le impresiona tanto la facilidad con la que los maestros de secundaria expulsan a los adolescentes, cancelándoles las expectativas de futuro, que con otros profesionistas diseñó una escuela tolerante a los adolescentes rebeldes, a los damnificados por las heridas de infancia y a quienes les inculcaron la violencia en la casa, para demostrar que su futuro puede tener un desenlace distinto al previsto.

Otros proyectos como éstos se barajan en Juárez: unos proporcionan jeringas a quienes se drogan para que lo hagan en forma segura hasta que salgan de la adicción. Unos raperos intentan que la gente reflexione sobre su ciudad. Los integrantes de una parroquia imparten talleres de duelo a familias en las que algún miembro ha sido ejecutado. Terapeutas recorren colonias marginales para atender a las personas trabadas por la violencia. Las familias con personas desaparecidas crean redes de ayuda. Es la resistencia de los “nadie”.

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jueves, 6 de enero de 2011

“Siembra” de judíos

Alejandro Saldívar
La calle principal está dividida por una cerca y si pasan al lado judío, los encarcelan; en la calle o en sus propias casas se exponen a insultos y agresiones por parte delos sionistas; si van a la mezquita deben pasar por los puestos de control del ejército de Israel. Ser palestino y vivir en Hebrón significa ser un paria, habitar un gueto en la propia patria. Cisjordania, el territorio palestino cercado y asediado por Israel, apenas puede considerarse tierra árabe. Pese a las prohibiciones de la ONU y las presiones internacionales, Israel sigue “sembrando” colonos judíos para desplazar a los palestinos.

HEBRÓN, CISJORDANIA, 5 de enero (Proceso).- Son las cuatro de la tarde y una de las calles de acceso a Hebrón, en el sur de Cisjordania, es un hervidero de autos desvencijados y ruidos: las balatas de un taxi, el pregón de un vendedor de dulces, los bocinazos impacientes. En la casa de Abed Sidr se escucha el insistente golpeteo de un balón. Afuera unos niños judíos usan su pared como portería.

Hace ocho años Abed fue herido por la bala de un colono judío. Se abre la camisa para mostrar la cicatriz arriba del corazón. La operación para sacarle el proyectil sería mortal, dice. El mismo día mataron a su esposa. Él cargaba un balde con agua mientras su mujer tendía ropa en la azotea. Un año antes los soldados israelíes habían intentado incendiar su casa. Señala los rincones manchados de tizne.

Antes los militares entraron a su vivienda y soldaron las ventanas que dan a las unidades habitacionales judías. Lo mismo hicieron en las demás casas de palestinos. Adujeron “razones de seguridad”. A veces por pequeños boquetes por los que se cuela el aire, los árabes avientan basura y orina al lado judío.

Abed comercia artesanías en Hebrón. También ofrece recorridos por la ciudad pero los turistas lo ignoran; hoy sólo ha vendido un par de llaveros y tres keffiyeh (la tradicional prenda de tela a cuadros que los palestinos usan en la cabeza y los turistas en el cuello). Abed se casó de nuevo y tuvo dos hijos. En su casa su mujer le da refresco de naranja en un biberón a Mahmud, el más pequeño de la familia.

Al acabarse su arroz con pollo, Abed mira un video del día en que el ejército de Israel cerró todos los comercios en la calle Shuhada, en 2002. “Mi hermano se enfrentó con los soldados. Entre seis lo llevaron detrás de una cortina metálica. Cuando salió estaba sangrando. Desde aquella vez no lo he visto”, cuenta.

En Shuhada estaba el principal mercado de Hebrón. Pero desde 2002 las puertas de sus 800 comercios fueron soldadas. Los uniformados declararon esa calle “zona militar estratégica” y exigieron a los palestinos desalojar el área en cinco minutos. Quien se opuso fue sacado con gas lacrimógeno y a golpes.

Ahora sólo quedan algunas banderas palestinas dibujadas en las puertas selladas. Algunas tienen pintada encima la estrella de David. Una malla ciclónica y una madeja de alambre de púas dividen la calle. Si un palestino intenta cruzar lo encarcelan seis meses.

Hebrón es la única localidad cisjordana donde los colonos judíos viven en el corazón de la ciudad. Lo que fue una primaria palestina es ahora un centro religioso para judíos. La Tumba de los Patriarcas es mitad mezquita y mitad sinagoga. Otras calles fueron divididas: por el lado más amplio caminan los judíos de gabardinas y caireles; por el más estrecho van los palestinos.



Mezquita vigilada



La Mezquita de Ibrahim (Abraham) está a pocas cuadras de la casa de Abed. A la entrada hay dos torniquetes que dan paso a un primer punto de revisión: un pasillo equipado con cámaras y detectores de armas. Abed intenta sonreírle a los soldados, pero ellos ni siquiera voltean a verlo.

“¿Católico o musulmán?”, pregunta una joven soldado con un M16 terciado a la espalda. Adopta esa pose dura que emana de todo uniforme verde olivo; Abed se concreta a sacar de su bolsillo una identificación y a contestar en hebreo, aunque su idioma es el árabe.

Abed llega a otro punto donde le solicitan de nuevo su identificación. Saca todo de sus bolsillos y pasa por unos arcos detectores de metal ajenos a la arquitectura sagrada del lugar.

El palestino tiene una sensación de extravío. “Cuando era niño podía venir con mi abuelo sin ningún problema. Ahora mucha gente tiene miedo y prefiere rezar en sus casas”, asegura.

Al final de los puntos de revisión hay una escalera cincelada en piedra construida por el rey Herodes hace dos mil años. Según el Génesis Abraham le pagó a Efrén 400 monedas de plata para que construyera en Hebrón una tumba para su familia. Y allí fue enterrado, según La Biblia, junto con Isaac, su nieto Jacob y su primera esposa Lea. Herodes levantó un monumento donde estaba la tumba.

Cuando los israelíes ocuparon la zona en 1967, judíos y musulmanes rezaban juntos. Pero eso se acabó. En 1994 un radical israelí, Baruch Goldstein, ametralló a 29 musulmanes que oraban en la tumba. “Por razones de seguridad” Israel instaló dispositivos de vigilancia del lado musulmán; pero los judíos entran y salen sin ser molestados.

Luego de rezar ante la tumba del patriarca, Abed debe sortear los mismos puntos de revisión para volver a su casa. Los alambres de púas proyectan sus sombras sobre la cara del palestino. “Así es siempre, vaya o no a orar”, dice resignado.

Según el Comité Israelí contra la Demolición de Casas, la ocupación de Israel viola todos los convenios de derechos humanos, pero especialmente la Cuarta Convención de Ginebra, que rechaza la ocupación permanente.

Su artículo 3 prohíbe los atentados contra la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y degradantes. El 32 proscribe cualquier maltrato a la población civil.

En 2007, el Tribunal Supremo de Israel dictaminó que los palestinos están autorizados a utilizar la calle Shuhada, pero el ejército israelí se negó a acatar la decisión. Cada noche los militares israelíes llevan a cabo “operaciones bélicas”: realizan detenciones sin órdenes judiciales, demuelen viviendas, arrancan olivos y aplican, sin avisar, toques de queda; los impusieron 377 veces entre 2000 y 2003.

Son las seis y media de la tarde y el centro de Hebrón (Al-Khalil, en árabe) es una ciudad fantasma. El relevo de los comerciantes lo toman gatos que mastican restos de comida. Los ladridos de los perros producen mucho eco. Los rines de los autos se tuercen en cada bache. Todo está tan quieto que desde la torres de vigilancia parece que los soldados espían conteniendo la respiración. Torres afiladas que perforan la neblina.



Un colono en mi casa



Raisah Musa al-Karaki tiene 52 años y es madre de 9 niños. Vive en el barrio musulmán de Jerusalén. Un testimonio recogido en el documento Espacio inseguro: el fracaso de Israel en la protección de derechos humanos, publicado por la Asociación para los Derechos Civiles en Israel en septiembre de 2010, describe cómo los israelíes se apropian de las casas palestinas.

“El 4 de febrero de 2009, los colonos (judíos) se instalaron en la casa de al lado y desde entonces nuestra vida se volvió un infierno. Compartimos un corredor con ellos, que también parte en dos mi casa. El pasillo es de aproximadamente un metro de ancho y 10 de largo, a cielo abierto. En el lado derecho están el cuarto y el sanitario. Esta habitación está junto a la casa de los colonos y la única entrada a su casa es por el mismo corredor.

“(Ahí) no vive una familia. Sólo son hombres acompañados por guardias de seguridad. Siempre están armados. Hacen mucho ruido por las noches con sus oraciones. No se les puede reclamar porque siempre buscan confrontación. El día de descanso judío (shabat) no se puede dormir ni relajarse. Pero cuando escucho el Corán en mi casa siempre me gritan para que apague la radio.

“Una vez nos cerraron la entrada al edificio. Han roto la chapa cuatro veces. He denunciado y nunca pasa nada. Ellos buscan el mínimo pretexto para pelear. Una mañana me senté con mi marido a beber café en el corredor. Uno de los colonos salió de su casa y caminó por encima de mí como si yo no estuviera. Le reclamé y en respuesta me arrojó el café a la cara.

“He presentado más de 20 quejas a la policía. La última vez me hicieron firmar un compromiso para no hablar con los colonos. Cada vez que presento una denuncia yo soy el principal sospechoso. Ellos siempre me gritan y manotean sobre la mesa. Siempre me hacen llorar.”



El proyecto: judaizar Jerusalén



En su reunión del pasado 21 de noviembre el Knesset (el parlamento israelí) aprobó una ley que prohíbe a los palestinos que viven en los territorios ocupados por Israel desde 1948 residir en zonas con mayoría judía.

En Israel viven un millón y medio de árabes no judíos, la quinta parte de su población. Y Jerusalén es sagrada para las tres religiones monoteístas más importantes del mundo: la judía, la cristiana y la musulmana, todas las cuales la reclaman como suya. Sin embargo Israel la proclamó su capital “única e indivisible” en 1967 e incluso ocupa el sector oriental, que corresponde a los palestinos.

Arabs to the gas chambers! (¡árabes a las cámaras de gas!) se lee con letras rojas en una barda del barrio de Sheik Jarrah, en Jerusalén oriental, donde las hostilidades de los colonos judíos son más visibles. Están en la misma situación las colonias de Beir Hanina, Olive Mountain, Jabel Mukaber, Shuafat, Silwan, Al Abaseya y Ras Khames.

El pasado 20 de abril, Abd al-Fatah arreglaba su bicicleta cuando los niños que jugaban por ahí empezaron a gritar. Colonos judíos le habían encajado un desarmador en la espalda al adolescente palestino. Se mofaban de él y le tomaban fotografías.

Su madre, Jamalat Mughrabi, de 33 años, se enteró de que su hijo había sido arrestado y fue a la estación de policía, donde le impidieron el paso. Lo acusaban de incitar a la violencia contra los colonos judíos. Le pidieron testigos para demostrar la inocencia de su hijo. El arresto se alargó 24 horas hasta que fue liberado por falta de pruebas. Hasta entonces pudo ir al hospital.

“Lo que realmente duele es que siempre la culpa la tienen los residentes árabes. Vamos a denunciar y la policía nos detiene. A los colonos no se les castiga, aunque sean sólo los huéspedes en nuestro barrio y no los propietarios. Esta es nuestra realidad desde que los sionistas invadieron Palestina”, asegura Jamalat, madre de cuatro niños.

Se refiere al episodio conocido como La Catástrofe (Nakba, en árabe). Cuando se creó el Estado de Israel en 1948, más de la mitad de los palestinos fueron despojados de sus hogares y se convirtieron en refugiados. En algunas paredes hay llaves dibujadas. Significan la esperanza de que algún día los palestinos regresarán a sus antiguas casas.

La ONU cedió al nuevo Estado 56% del territorio conocido históricamente como Palestina y dejó a su población original, los palestinos, con 43%.

El remedio tras la ocupación fueron los campamentos que poco a poco se convirtieron en colonias sobrepobladas. La región palestina de Cisjordania está aislada del resto del mundo por una muralla de ocho metros de alto y 750 kilómetros de largo (seis veces la extensión del muro de Berlín).

Poco antes de la creación del Estado de Israel el movimiento sionista había elegido áreas clave de todo el país para la adquisición de tierras y la colonización. Tras el establecimiento de Israel, una de esas prioridades era llevar a los judíos a ciudades y pueblos que no habían sido demolidos para garantizar que los refugiados árabes no regresaran.

Otra prioridad fue construir nuevos asentamientos judíos en las zonas que el plan de partición de la ONU habían destinado al Estado palestino. Asimismo construyeron comunidades judías para rodear y contener las zonas árabes.

También se interesaron en dirigir la colonización judía a lo largo de las fronteras. El gobierno israelí ofrece muchos incentivos para este tipo de iniciativas: préstamos con muy bajas tasas de interés para los judíos que volvieron a Israel bajo la Ley del Retorno, y beneficios y subsidios a las familias cuyos miembros han servido a las fuerzas armadas de Israel.

La Oficina de Administración de Tierras de Jerusalén realiza la transferencia de propiedades en el barrio de Silwan y la ciudad vieja de Jerusalén a los grupos de extrema derecha Elad y Ateret Cohanim a bajos precios y sin una oferta conforme a la ley, según investigación publicada el pasado 5 de noviembre en el diario israelí Haaretz.

El pasado julio, B’Tselem, grupo israelí defensor de los derechos humanos, denunció que las colonias judías ya ocupan más de 42% de Cisjordania.

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miércoles, 5 de enero de 2011

Mexicanos consideran “peligrosos" a científicos

En la investigación sobre percepción pública de la ciencia y la tecnología, se concluye que los mexicanos confían “demasiado en la fe y muy poco en la ciencia”. “Ignorancia” en materia de ciencia refleja fallas educativas, alerta senador

Nurit Martínez | El Universal

La mitad de los mexicanos considera que los científicos son peligrosos para el país. Por ello, ante la presencia de enfermedades que la ciencia no reconoce, más de una tercera parte de la población dice que hay otros medios adecuados, como las limpias, la homeopatía y la acupuntura.

El nivel cultural, educativo y de conocimiento científico que tienen los mexicanos hace que casi 38% afirme que algunos de los ovnis (objetos voladores no identificados) que “se han reportado, son en realidad vehículos espaciales de otras civilizaciones”, o bien, confían en “los números de la suerte” y aceptan que “algunas personas poseen poderes síquicos”.

De acuerdo con la Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México 2009, que elaboraron el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), 83.6% de los mexicanos reconocen que “confiamos demasiado en la fe y muy poco en la ciencia”.

La encuesta, que se aplica anualmente, concluye que 57.5% de los mexicanos considera que “debido a sus conocimientos, los investigadores científicos tienen un poder que los hace peligrosos”.

Una cifra semejante dijo que el desarrollo tecnológico origina una manera de vivir “artificial y deshumanizada”.

El presidente de la Comisión de Ciencia del Senado de la República, Francisco Castellón Fonseca, afirmó que esta percepción en torno a las aportaciones de la ciencia para el bienestar de la población refleja que hay “una falla estructural en el sistema educativo del país”.

El legislador advirtió que a pesar de que esta idea es permanente, hasta ahora el sistema educativo “no tiene una estrategia para revertir que se privilegie el pensamiento mágico sobre el lógico y científico”.

Desarrollo nacional, estancado

Rosaura Ruiz, directora de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y ex presidenta de la Academia Mexicana de Ciencias, afirma que “no es posible que ante los avances tecnológicos y de la ciencia que nos brinda el siglo XXI, en México, la población tenga como opciones, para resolver sus problemas, a los horóscopos, la magia, los números de la suerte, la lectura del café, o a señoras que salen en la televisión o brindan sus servicios por teléfono para resolver lo mismo problemas de amor que de empleo o salud. Esto puede causar risa, pero es desesperante y grave para el desarrollo nacional”.

La académica coincidió con el senador Castellón Fonseca al asegurar que esta concepción de los mexicanos sobre lo que es la ciencia es resultado de las “fallas del sistema educativo” y que se reflejan en los bajos resultados que se obtienen en las pruebas internacionales, como la que aplica la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

En los resultados de la encuesta son los consultados quienes se atribuyen, en promedio, conocimientos “regulares” sobre contaminación, calentamiento global, los alimentos modificados genéticamente, las medicinas que son producto de la ingeniería genética, la nanotecnología y los motores de energía por celdas.

Del total, 60% de los consultados se pronunció en contra de la clonación de animales.

A pesar de todas esas consideraciones, 77.6% dice que en México debería haber más personas trabajando en áreas de investigación, y que los mejores científicos se han ido a Estados Unidos o Europa.

De los consultados por Conacyt e INEGI, 82% comentó que entre una y 24 horas a la semana ve televisión, 47.4% que no lee periódicos, 66.9% que escucha menos de ocho horas las noticias, y 56.9% que tiene acceso a internet.

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