martes, 19 de octubre de 2010

El mexiñol y los rituales laberínticos

Agustín Basave
Identificar algunas de las “características disfuncionales” de los mexicanos es lo que Agustín Basave, doctor en ciencia política por la Universidad de Oxford, se propuso con la publicación de su libro Mexicanidad y esquizofrenia. Los dos rostros del mexiJano, puesto en circulación en estos días por Océano y prologado por Roger Bartra. Con la autorización del autor y la editorial, presentamos aquí un adelanto de la obra.

I. PROLEGÓMENOS ESQUIZOIDES

¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?



Los mexicanos somos un compendio de dualidades esquizofrénicas. Se trata de un defecto que en buena medida compartimos con los demás latinoamericanos: un viajero francés del siglo XIX escribió que en ninguna parte del mundo había escuchado hablar de la ley con tanta reverencia como en nuestra América, donde la ley se viola cotidiana y sistemáticamente. En México esta actitud y otras muy similares se expresan nítidamente… Y es que parece haber un vacío mental que nos impide embonar nuestros anhelos con nuestras circunstancias y que deriva en una disonancia cognoscitiva que a menudo nos frustra y nos deprime. Por eso encarnamos la paradoja del soñador escéptico: no es tanto que soñemos mucho cuanto que no sabemos soñar.

(…) Yo diría, en el caso que me ocupa, que lo que nos falla a los mexicanos es el preconsciente, esa suerte de intersección o punto de contacto entre el inconsciente y el consciente del que hablaba Freud. Es decir, no hemos desarrollado el eslabón que ha de unir los sueños con la realidad, el que hace comprensible lo soñado y moldeable lo real. Si se me permite rectificar un lugar común diré que no es que nos falte inventar a nuestro Quijote sino que no hemos ideado al personaje que lo reconcilie con Sancho, y que el primero habita en nuestra ficción y el segundo en nuestra vida real…

(…) Varios ejemplos más muestran nuestra inconexión entre lo declarativo y lo real. Uno de ellos es la disociación entre ética y funcionalidad o, para ser más preciso, la asociación de ética con inoperancia y de corrupción con funcionalidad. Pareciera que se guarda en un recodo del cerebro, bajo una etiqueta de “impráctico” o “inútil”, una escala valorativa ortodoxa, sin distorsiones, y en otro la serie de mañas o transas que dan como resultado más dinero o más poder o simplemente la obtención de lo deseado…

La razón es obvia. En otras partes del mundo la ley sirve para nivelar el terreno, para encarecer el uso de las trampas y al menos evitar que el tramposo tenga ventaja sobre el honrado. El Estado de derecho mexicano, sin embargo, es tan alambicado y tan débil que hace que la ley pueda ser violada fácil e impunemente, lo cual sí torna asaz desventajosa la posición de quien juega limpio. En esas circunstancias, ¿cómo aceptar que la ética, que es el fundamento de la legalidad, sea útil? No sorprende, pues, que en México no sea más que un fardo que resta competitividad y hace la vida difícil a quien decide cargarlo….

¿Para qué soñar con la grandeza nacional cuando es la mezquindad individual la que da frutos? ¿Para qué cumplir la ley si es mucho más rentable violarla? Si respondiéramos a esas preguntas encogiéndonos de hombros las cosas serían más sencillas. El problema es que decimos que no, que no hay que renunciar a los ideales ni a la legalidad y, al mismo tiempo, seguimos actuando como si no existieran. Peor aún, nos jactamos de nuestro inquebrantable compromiso con lo que destrozamos cotidianamente: quemamos incienso al altar de la patria mientras la arruinamos con el pragmatismo más ramplón, y exaltamos la Constitución mientras la violamos sin rubor. Y no se trata de una hipocresía vulgar. Es, por desgracia, algo más complejo que eso. Salvo una minoría de cínicos, los mexicanos nos creemos las declaraciones de amor tanto como los engaños y desengaños. Vivimos en dos mundos y a ambos les rendimos pleitesía.

(…) Apenas es necesario aclarar que no pretendo caer en generalizaciones simplistas. Ya advertí que en este ensayo hablo del modo de entender y hacer las cosas del mexiJano, y que evidentemente hay mexicanos que no hacen del de jure y del de facto compartimentos estancos y tratan de actuar de acuerdo con sus valores. Vamos, desde luego que existe en este país gente patriota y honrada. Lo que ocurre es que si bien varias encuestas muestran que son mayoría los que dicen quererlo y estar orgullosos de su mexicanidad, tengo la impresión de que es una minoría la que tiene en los hechos piedad por la patria. Esto no quiere necesariamente decir que los demás no la amen sino que su amor se queda generalmente en el ámbito de la intimidad y, cíclicamente, de la celebración y la fiesta.



II. AGRAFIA JURÍDICA



(…) La corrupción en México es especialmente grave porque se ha convertido en el aceite que impide el resquebrajamiento del engranaje social. En la praxis es una fuente de simplificación y flexibilización de un orden jurídico rebuscado y rígido…

Tengo la impresión de que la raíz histórica de esa cultura de la corrupción se localiza en la Conquista. Creo que está aparejada a nuestra crisis de identidad y que tiene que ver con la incertidumbre de pertenencia que nos dejó como saldo el choque de civilizaciones y el establecimiento de las castas y que se arraigó con la desigualdad socioétnica que a la fecha persiste…

(…) La corrupción se generaliza cuando es funcional. Desde el momento que es mayor el beneficio que el costo de la deshonestidad, los recursos mal habidos fluyen por los vasos comunicantes de cualquier sociedad. Es, por desgracia, nuestro caso. No hemos creado las condiciones objetivas que hagan inconveniente y contraproducente el acto ilícito, menos aún el inmoral. Y esa funcionalidad abarca, por desgracia, todos los ámbitos: genera simulación, depredación, robos y abusos de toda índole, alentados por un sistema de administración de justicia que frecuentemente demuestra estar diseñado para castigar al infractor torpe o descuidado más que al corrupto…



IX EL MEXIÑOL

Escapismo con más serpientes que escaleras



(…) El español de México está hecho de sutilezas y de evasiones, de redundancias y criptografías. Los diminutivos, los escapes semánticos, las fórmulas churriguerescas de cortesía, todo está diseñado para evitar que se trasluzca lo que pensamos o sentimos y para evadir la confrontación. Nada de extraño hay en ello. Quienes aprenden que la franqueza pone en riesgo su supervivencia tienen dos opciones: la hipocresía o el silencio. Y el mexiJano opta por un silencio hipócrita, o verborreico, que sofoca la voz a fuerza de excederla: o se calla o ensordece a quien lo escucha…

El idioma que heredamos, dicho sea de paso, no nos complicó la tarea. Una lengua que prefiere cambiar el género al artículo de un nombre antes que permitir que su primera vocal sea la misma que la del final del artículo (el águila), que deja que sus usuarios desvirtúen un concepto con tal de conjurar una cacofonía, no dificulta las piruetas del formalismo. Para los mexicanos esto ha resultado muy útil… Decimos lo mismo con tal prolijidad y versatilidad que parece que estamos diciendo muchas cosas distintas e inconexas.

Pero del mismo modo podemos agolpar temas, saltar de uno a otro sin una ilación clara, sin una articulación lógica. Sin duda, el castellano no sólo es un maravilloso instrumento para la creación literaria, sino también para la creatividad del despiste. Particularmente en su versión del mexiñol.

Ahora bien, hay que decir que el lenguaje es la ventana de la racionalidad. A través de él vemos el funcionamiento del raciocinio, de eso que con algunas excepciones distingue al ser humano de los demás animales... Por eso, porque en el mexiñol es difícil atrapar a la pasión con los ojos abiertos, la nuestra es una lengua viperina. Lo es porque está partida en dos y porque envenena con su profusión. Lingüísticamente, el mexiJano es serpiente encantadora de flautistas.

El mexiJano no tiene palabra: tiene palabras. Muchas. Y como son tantas él mismo no sabe en cuál confiar, porque con frecuencia se embrolla y cree que cumplió con alguna de ellas. No es sólo un problema de cantidad sino también de significado. Mañana, por ejemplo, es un adverbio de tiempo ilimitado que va del instante en que se pronuncia al infinito. Con él compensa la fugacidad de sus diminutivos, diseñados para esfumarse antes de herir al receptor y evidenciar al emisor. Prometer no empobrece cuando se tiene por delante la eternidad para entregar lo prometido. Y para los impacientes, para los que no entienden que no se le puede exigir algo hasta que termine de prometerlo, está su típico desdoblamiento de personalidades. Yo no quise decir lo que dije, y se me hace que no me entendiste porque yo no me entendí. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

El mexiñol es un instrumento para extender la forma y abreviar el fondo. Y en ese afán por no meternos en problemas, que suele provenir de la sustancia, los mexicanos sacrificamos la realidad. Nuestro lenguaje nos dificulta ser realistas, o nos facilita vivir en la irrealidad. Frecuentemente decimos cosas que suenan suavemente corteses, o esotéricamente maravillosas, pero que no son reales. No es extraño que así sea. El mexiJano no habla con el propósito de decir lo que siente, lo que piensa o lo que hace; habla para fingir u ocultar sus sentimientos, ideas o hechos. Habla para callar.





X. EL EVANESCENTE MESTIZO

Racismo, indigenismo teórico y criollismo real



Para el mexiJano la palabra “indio” sigue siendo un insulto, sinónimo de hombre incivilizado o tonto. Asocia los vocablos que la rodean a la pobreza, a la mala educación y a la servidumbre; pobre, naco, gato. Y en la sexualidad, sus paradigmas estéticos son mediterráneos o nórdicos, no mestizoamericanos…

Conste que hablo de un mal de muchos. He aquí lo más grave de nuestro racismo: ya no sólo se incuba sólo en la minoría criolla sino incluso dentro de la mismísima mayoría mestiza, lo cual explica nuestro complejo de inferioridad. Que un criollo celebre a un inmigrante por su blancura y no por sus cualidades aduciendo que “hay que mejorar la raza” es una señal de imbecilidad, pero que lo haga un mestizo es un síntoma de degradación social. Y eso sucede con mayor o menor disimulo…

(…) Lo interesante del caso es que aquí también nos hace falta el eslabón intermedio. Al desbancarse al mestizaje quedó vacante el centro: o se es esencialmente indio o se es esencialmente criollo… Tenemos una flamante Comala nacional en la que deambula el fantasma del evanescente mestizo. Y mientras tanto, la mestizada mayoría de nuestro país continúa sufriendo las consecuencias del choque de la Conquista, el embate por ambos costados...

(…) Y es que en la praxis México ha vuelto a la época del patriotismo criollo: que viva el indio muerto y que muera el indio vivo. La reverencia por nuestra cultura milenaria quedó en una recargada vanagloria de museografía. Discursiva, teórica, ritual, pero irreal. Como en tantos otros casos de nuestra personalidad colectiva, el deber ser está en las antípodas del ser.

En este caso al menos, nuestra realidad ha sido la madrastra de nuestra imaginación. No la ha parido ni la ha amamantado: la ha educado a regañadientes y, con frecuencia, ha restringido su acción y coartado su libertad. Por su propio bien —el de la realidad— la ha castigado; la ha abofeteado por veleidosa y la ha encerrado en algún sótano, muy abajo, donde aun saltando ha quedado a ras de tierra. Y ahí, a ras de tierra, yace nuestra imaginería cada vez que vemos que la contradicción entre nuestras herencias prehispánica y española se recrea en las nuevas generaciones. El mestizo, que por momentos solucionó nuestro conflicto interno, que parecía un insólito puente entre nuestras dos esencias, se desvanece poco a poco. Justo cuando creíamos haber logrado la cifra de nuestra identidad, nos volvemos a bifurcar. Retornamos, sin haberla abandonado, a la esquizofrenia.

No hay comentarios: