lunes, 20 de julio de 2009

La Revolucíon Xipiteca (Resumen)

El rock nace cuando los afroamericanos toman conciencia de su explotación y deciden rebelarse para reclamar su derecho a participar en la vida americana.

Esa fue su música y parecía ligada indisolublemente a su raza y cultura. (Blues, Jazz, Gospel...)

Elvis demostró que también podía ser cantada por los blancos y entonces se van identificando poco a poco con este género de música y comienzan también ellos a rebelarse, exigiendo tímidas reivindicaciones pequeñoburguesas.

De todos modos, el rock no había salido aún de las fronteras de su país de origen, sino hasta los Beatles, quienes lo proclamaron en Inglaterra, cuando los blancos americanos usaban aún el pelo corto estilo “flap-tap” y escuchaban las tibias melodías de un Sinatra o un Bobby Solo.

Los Beatles, después de asimilar el genuino rock americano, se pusieron a crear y pronto se convirtieron en los guías espirituales de todo un movimiento mundial.

El Sargento Pimienta es la apoteosis de los alucinógenos, en forma críptica; y los viajes a Oriente del cuarteto trajeron la influencia hindú al movimiento. (Como Tales of Topographic Oceans, por Yes)

Cada disco es una consigna para la nueva generación.

Al alcanzar su madurez, decidirán separarse para proseguir cada cual su propio camino.

Su ejemplo desató toda una pléyade de rocanroleros blancos en la tradicional Inglaterra:

Se trata de “la ola inglesa”.


Sufrimos una tremenda colonización cultural:

La publicidad, el cine y la Tv, las historietas cómicas, etc., nos presionan a aceptar el “american way of life”, y, consecuentemente, a apoyar el sistema capitalista.

Como el francés entre las oligarquías del porfiriato, en la actualidad es signo de status social hablar correctamente el inglés y poseer rasgos de la cultura dominante.

Por esta razón nuestros “juniors” fueron y van a “alivianarse” al otro lado y trajeron sus discos importados, pósters, pipas exóticas, LSD, medallones de san Francisco, etc. Para demostrar a sus camaradas que estaban muy “in”.

México es un país subdesarrollado, con múltiples carencias.

Nuestros xipitecas, desertores de la burguesía, pudieron denunciar a sus familias la forma de vida de una gran mayoría de los mexicanos a quienes ellos explotan.

El rock es música de disidentes en nuestra actual cultura urbana. Nacido en la rebeldía negra, el rock expresa los anhelos de reivindicaciones de la juventud rebelde actual.

Se precisa, desde luego, una politización de nuestros rocanroleros, y que compongan en español, explorando los filones de nuestra música regional, folklórica, así como de la indígena.

Se precisa, igualmente, que los jóvenes politizados compongan sus canciones de protesta a ritmo de rock latino; que nuestros músicos suban de nivel cultural y se inserten en la realidad del país, prefiriendo, inclusive, continuar en la clandestinidad y no venderse al “sistema”, como lo han venido haciendo; pues decididamente no se pueden cantar banalidades en auténtico rock.

Yo bien creo que cuando tengamos nuestro propio rock mexicano, o su equivalente; lejos de ver aumentado el colonialismo cultural, será signo de que estaremos en plena transformación política.


Como todo lo que nos llega de Estados Unidos, la “onda” hippie nos fue importada por las clases elevadas; mal asimilada, como suele suceder.

Por supuesto que esos hippies no piensan separarse del “sistema”, y aplacan su sentimiento de culpabilidad burguesa adquiriendo o visitando la Universidad, participando en cualquier movimiento vanguardista que propone una vida más liberal.

De ellos pronto descendieron las nuevas ideas a su elemento natural, la clase media.

El paso se dio hacia el 68, año que recordará por mucho tiempo la generación presente.

Fue entonces cuando la juventud tomó conciencia de su poder, salió a la calle y sintió efímeramente su fuerza.

Desilusionada después de Tlatelolco, comenzó a interesarse por este movimiento pacifista, fascinante y menos peligroso.

Estos jóvenes provenían de familias burguesas tradicionalistas.

La pequeña burguesía es la clase social más reprimida, culturalmente hablando:

Los proletarios en contacto más íntimo con la vida, gozan de mayor espontaneidad, y los “juniors” del Pedregal han recibido una educación más liberal.

Este será, por lo tanto, el terreno más abonado para que surja la reacción cultural del hippismo.

Educados en colegios católicos, entre rígidos convencionalismos y mitos de “gente decente”, de padres anticomunistas, con trabajo monótono y mediocre.

Serán ellos quienes percibirán mejor la opresión de los tabúes sociales.

Los muchachos abjuran de su clase, a la que repudian como “fresa”.

“Fresas” y “onderos”, diametralmente opuestos, tuvieron el mismo origen, y en su clase cristaliza el cambio cultural.

Para la configuración del mito xipiteca, importarán nuestras peculiares drogas alucinógenas.

Fernando Benítez, en sendos libros, nos abrió el mundo cultural del peyote y de los hongos alucinógenos.

Los huicholes, en su peregrinación a las mesetas de Viricota, por los desiertos de San Luis Potosí, buscan el cactus sagrado.

Venado, peyote y maíz forman la trinidad inseparable en la cultura huichol, como se puede apreciar en alguno de los bellos cuadros que confeccionan.

De modo similar está el hongo, presente en los cantos chamanes de los indígenas de la sierra mazateca.

Huautla de Jiménez, descubierta por Gordon Wasson en 1953 y divulgada por Gutierre Tibón y Fernando Benítez, pronto se convirtió en lugar sagrado, mitológico y centro de peregrinación xipiteca, “Lugar de las Águilas”.

Las fuertes vivencias de Huautla, los hongos y la persecución misma, unieron mucho a estos muchachos. Cuando el ejército los bajó, muchos de ellos llevaban bajo el brazo un libro: El Evangelio Espiritual de Jesús el Cristo, un apócrifo de cierto heresiarca cabalista, editado en México por la Sociedad de la Vida Impersonal.

Este evangelio habla de la era de Acuario y de astrología. Las sectas esotéricas, los teósofos y ocultistas decadentes, vieron en el movimiento grandes oportunidades de proselitismo, y se dedicaron a predicar la era de Acuario. Se pone de moda la astrología y los horóscopos.

En la filosofía hippie norteamericana, la expresión “drop-out” se volvió categoría, indica el acto de desvinculación del “sistema”, para conectarse con la forma hippie de vida (“drop-out, turn-on, tune-in”). (Checar
“Drop In” de King Crimson)

Implicaba, por supuesto, dejar la familia; pero se extiende a mucho más: un compromiso de no-colaboracón con el “sistema”, abandonar su clase social, escuela, trabajo y todo forma “square” de vida.

Posiblemente se piense que el “drop-out” era resultado de los rechazados de la escolaridad por falta de capacidades; pero muchos de los hippies, en cambio, poseen brillantes cualidades intelectuales, pero desean voluntariamente seguir otra ruta.

No quieren seguir el camino de su padre, esclavo de un trabajo rutinario sólo aceptado como fuente de remuneración económica.

Lo que él desea es una actividad en la que pueda realizarse.

Como he dicho antes, el movimiento ondero entró a México por el snobismo de nuestros “juniors”. Ellos lo pasaron a los jóvenes de la pequeña burguesía, de la cual salieron los xipitecas más auténticos.

Por fin, la droga llegó al sitio que siempre le había correspondido:

El lumpen proletario de los barrios populares.

Conocieron la mota; pero el ácido y otros alucinógenos les eran difíciles, así que le “llegaron a las pastas” cuando éstas todavía se podían conseguir en las farmacias con facilidad.

Sin embargo, su droga propia fueron los inhalantes:

Thiner y cemento Flexo.

Sin facilidades de grabación, sin ingenieros técnicos que realicen un trabajo decente, sin equipo suficiente.

Problemas con Espectáculos, con la censura, con los organizadores.

Excesiva competencia, escasa preparación, carencia de locales… Pero vamos adelante.

Nadie aprecia el esfuerzo de nuestros músicos.

Entretanto la chaviza se interesa más y más. Muchos de nuestros jóvenes proletarios, con su guitarra vieja, abordan la Escuela Nacional de Música.

Sobrecupo que hace que surja la Escuela Libre dde Música.

Esperanzas para un movimiento totalmente autóctono que responda a las exigencias del rock, sin comercialismos.

Entre tanto, en Guadalajara, cierto grupo con influencias logra ganar la radio local. Su éxito alienta a las casas grabadoras, que por fin descubrieron a un nuevo filón. Todo se precipita ahora, y se decide el experimento.

Esto será ante todo, Avándaro.

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Los primeros muchachos que dejaron crecer su cabellera abjuraron de su clase social burguesa para proletarizarse.

Al dejar sus comodidades burguesas descubrieron la belleza de la vida sencilla, pese a las racionalizaciones indicadas, y demostraron que la felicidad no está en las cosas, sino en uno mismo.

Hay en esto, desde luego, una buena porción de romanticismo; pero no olvidemos que hay entre los pobres las mismas ambiciones que entre la burguesía, sólo que vividas en la frustración.

Esto es fruto del colonialismo ideológico que los enajena al propagar determinado género de vida a través de la televisión –presente hasta en los hogares más miserables-, la publicidad, las telenovelas, diversiones, revistillas, etc.

Comparada con una casa pobre, una comuna hippie quizás tenga menos cosas:

Conocemos la gran cantidad de chucherías corrientes apiñadas sobre los muebles de los hogares proletarios, las horribles estampas de calendario, los muebles inútiles comprados a plazos, etc…

En cambio, los hippies confeccionan ellos mismos su ropa, hacen sus propios muebles, no necesitan de cosas estorbosas y saben arreglar con gusto su pequeño cuarto.

La pobreza, además, es una categoría que no siempre guarda relación con la privación de bienes materiales.

Luis XV en Versalles era rico, a pesar de vivir con menos comodidades que cualquier pequeño burgués de nuestros días.

Ser rico es tener porque los demás no tienen. Ser rico es, además, vivir aislado, tras de rejas y murallas, como en las casas del Pedregal, en su coche para él solo, o en las escuelas gueto para los hijos.

En cambio, el pobre es solidario con los de su clase. Ser pobre es compartir.

Quizás en última instancia, lo que caracteriza al pobre frente al burgués es la falta de seguridad. No tiene apoyo para solucionar sus dificultades.

El tipo “fresa” vive seguro en su andamiaje ideológico y en una visión de la vida en el que todo tiene su explicación y sentido.

Es el burgués de lo espiritual. Frente a ellos están los buscadores, los aventureros del espíritu.

Los xipitecas ponen en crisis toda su forma de ver la vida. No sólo han abandonado físicamente su hogar, sino que se desconectan de toda la seguridad espiritual en la que fueron educados.

Esto nos recuerda el concepto bíblico de pobreza. También aquí la pobreza no se reduce a lo económico, sino que es una categoría espiritual. Se trata de una disposición interior que pone su confianza en Dios, y no en el poderío material.

Así, los llamados “anawin”, “los pobres de Yahvé” están en situación de búsqueda y salen a la aridez del desierto en espera del Salvador.

El desierto nos simboliza el vació.

También nosotros pudimos creer, dentro de la institución eclesiástica, que la fe era un sol esplendoroso que todo lo ilumina.

Hoy nos damos cuenta que más bien es un puntito luminoso que guía en la oscuridad.

Recordemos a los beatniks: “Queremos que Dios nos muestre su rostro.”

Esta generación es de aventureros espirituales.

No admira a Napoleón o a Benito Juárez, sino a Buda, a Cristo, a Jung.

Se les puede criticar de fantasiosos idealistas; pero no de insinceros.



Los hippies nacieron al contacto de las minorías étnicas politizadas y de los trovadores de la protesta joven. Tomaron del pacifismo no violento su lema de “paz y amor” y en algunas ocasiones imitaron este tipo de acciones un tanto espectaculares y provocativas, con su verdadero enemigo: la policía local.

Regalándoles flores, lustrando sus botas o lavando sus coches.

Se pensó entonces que si una buena parte de la juventud americana secundaba el movimiento, el “sistema” “tronaría”.

No se trataba de ninguna revolución armada, simplemente del viejo método de la no cooperación:

Para aniquilar a la sociedad de consumo, el boicot, no consumir más que lo esencial; para terminar con el modo de producción capitalista, la huelga de brazos caídos; no producir, ni trabajar; no enrolarse al servicio militar, salir de la escuela y la familia; “desconectarse”, “drop-out”.

Y algunos de los primeros hippies fueron muy conscientes y politizados. El mismo Ginsberg es hoy mismo un conferencista infatigable.

Ahora bien, el método de la no violencia exige una fuerte visión crítica, en compromiso heroico para sufrir las persecuciones sin responder con agresividad.

Organización, unidad, y un fuerte compromiso para llegar hasta las últimas consecuencias en la presión moral.

El detectar dónde están exactamente los mecanismos de opresión para desmontarlos concientizando a los oprimidos o atacando directamente la conciencia del opresor.

Esto es lo que está haciendo en buena parte el movimiento “chicano” de César Chávez, y esto es precisamente lo que no pudieron hacer los hippies, parte por su ideología burguesa, pero sobre todo por causa de la droga.

Al principio abrió la mente los muchachos, Jim Morrison pudo entonces cantar:

“Ellos tienen los fusiles, nosotros tenemos los números. (Somos más)

Ellos tienen los fusiles, nosotros tenemos la mota.”

Se tenía fe en el creciente número de adeptos, y que con ayuda de la droga se obtendría la victoria más fácilmente.

Esto fue el equívoco. La marihuana produce cambios en la personalidad en la línea de la pasividad y la pereza. Si ciertamente el marihuano es mucho menos agresivo que su hermano alcohólico, no se trata del verdadero pacifismo, que es activo y sabe presionar y atacar conciencias.

El lema “paz y amor” se vació de contenido; el símbolo de la paz, bajo el cual los primeros pacifistas quemaron sus cartillas, se volvió un simple dibujo decorativo aun antes de ser comercializado.

El hippie se abstiene de la política. Ni siquiera se puede decir que sea apolítico, sino más bien “antipolítico”.

Tal vez en los inicios del movimiento existía cierta politización, pero ante la impotencia y el fracaso de sus acciones espontáneas, vino la desmoralización.

En México, nuestros xipitecas aparecieron después del fatídico 68, cuando la represión violenta y las olimpiadas sofocaron la movilización popular. Entonces muchos muchachos amantes de soluciones fáciles cambiaron la magia tupamara por su mundo de subjetividad, tratando de solucionar los problemas en la fantasía.

“La revolución está en la mente”; “Para un mundo nuevo se necesita un hombre nuevo”; “Para que el bosque sea verde, cada uno de los árboles debe ser verde”. (Esto último lo dijo el gurú que hicieron famosos Los Beatles: Maharishi Mayesh Yogi.

Los hippies descubren el intenso mundo de la interioridad (“no busques fuera lo que dentro puedes encontrar”).(Checar la letra de “Peace” de King Crimson, es más, todo ese disco)

Timothy Leary aconseja que todo el mundo debiera tomar LSD y no faltó quien propusiera arrojar una buena porción de este ácido a los depósitos de agua potable.

Con esto vendría la iluminación de las mentes y, consecuentemente, el mundo nuevo.

Los hippies, presentándose como contestatarios del “sistema”, en realidad le hicieron el juego.

Es cierto, como dijimos, que ya el mero hecho de no reconocer los valores imperantes es potencialmente revolucionario; pero una rebelión subjetiva puede ser también fácilmente adaptativa al “sistema”.

Los representantes del Orden pudieron alarmarse un poco a los inicios; pero no tardaron en descubrir que se trataba de un movimiento inofensivo, fácilmente instrumentable (como demostró Avandaro).

Estos burquesitos fantasiosos pretendieron usar el boicot para acabar con la sociedad de consumo.

Pero ésta se rió de ellos al ver cómo se iban incorporando a su tremenda maquinaria publicitaria.

¿Se negaban a consumir?

Y la industria del disco hizo fabulosos negocios a costa de ellos, la industria de la moda los usó para la creación de un nuevo estilo, la publicidad de volvió “sicodélica”, se organizaron costeables festivales, aparecieron exóticos bazares donde vendían una cantidad de curiosidades importadas de Oriente, pósters, accesorios para la droga, revistas, túnicas, boutiques, restaurantes cosmobiológicos, etc…

Y es natural.

Por su esencia misma, la droga exige un acrecentamiento del consumo y la creación de necesidades artificiales.

Hacer que se consuma más y más. He aquí el principio básico de cualquier droga, que también lo es de la publicidad capitalista.

Por esto, la droga no ha podido penetrar fácilmente en los países socialistas. El principio del consumo salió reforzado del movimiento.

En un principio, el hippie protestó contra el “sistema”.

Los muchachos pretendieron poner en crisis la ideología imperante y abjurar de la burguesía. Deseando ser consecuentes, abandonaron sus hogares y fueron a convivir con los marginados.

Pero en realidad nunca dejaron por completo su propia clase social. Aprendieron de los pobres a vivir como ricos, nunca asumieron los verdaderos intereses de las clases marginadas. Se automarginaron, pero para formar otra minoría aparte que sólo puede subsistir a costa de la sociedad capitalista contra la cual se supone que protestaban.

Necesitaban de la burguesía para subsistir.

Por esta razón, las autoridades burguesas fueron indiferentes.

Aparentemente luchan contra la droga, pero en el fondo no les importa.

Inclusive se rumora que muchos funcionarios están implicados con el tráfico de droga y que la policía no tiene excesivo interés en que desaparezca esta posibilidad de hacer negocio.

La apolitización del movimiento, aparte de posibilitar su instrumentalización, fue causa de que no supieran enfrentar la represión dirigida contra los nuevos valores, y terminó por hacerlos sucumbir.

Para que el potencial revolucionario de este movimiento hubiese podido ser efectivo, se requeriría presentar un programa de acción que desafiara realmente a la sociedad y que no solamente se evadiera de ella como lo pretendieron hacer.

De todos modos, ésta es su lección:

Ante la polaridad a la que nos está conduciendo el momento actual, ya no es posible la apolitización en ninguna esfera de la actividad humana.

La neutralidad política es un mito burgués, pues el no luchar contra la explotación es ya ser cómplice de ella.

No puede haber cambio cultural sin el cambio de estructuras político-sociales.

Pero aunque la revolución hippie haya sido un fracaso en el sentido aquí enunciado, quedándose tan sólo en denuncias verbales y sueños idealistas utópicos, sin embargo, pudo contribuir a la lucha política en algunos aspectos.

En la trayectoria revolucionaria generacional de Norteamérica, movimientos similares han dado su aportación, sobre todo en el campo de la expresividad, como ha puesto de relieve Stuart Hall.

Los beatniks rompieron el inmovilismo político de la juventud americana. Desde entonces se ha dado una politización creciente del “underground”.

Después de los “beats” fueron las manifestaciones a favor de los derechos humanos, las rebeldías de las universidades, la nueva izquierda, los “Panteras Negras”, las sublevaciones de los guetos, los pacifistas contra la guerra de Vietnam, para terminar con el llamado “fenómeno Mc Govern”.

En todo este contexto hay que ubicar a los hippies donde les corresponde, no siempre en la desafiliación política, sino más bien en la creación de un nuevo estilo para la política.

Los hippies en sus manifestaciones usan el ingenio, del humor, de la alegría y la creatividad.

“La política y actividad social –dijo Country Joe en alguna ocasión- deben ser entretenidas, no aburridas.

Cuando el ala izquierda hace cosas, las hace sin energías. Pero cuando los hippies hacen algo, muestran energías, y los radicales apenas se están fijando en esto.

Otro aporte hippie respecto a la política es la atención de vivir ya en el presente las futuras condiciones de vida.

El radical activista vive en función del futuro. Y vive con tal intensidad que con frecuencia olvida el presente. Por esta razón, muchas veces se le ve amargado y resentido.

La tristeza no tiene porqué ser actitud revolucionaria, sino más bien el optimismo que da la esperanza.

Hay que preocuparse del futuro, si, pero viviendo el propio presente y sabiéndolo gozar, aunque sea en la actuales estructuras. Es posible que el capitalismo perdure aún por más de un siglo.

¿Porqué no vivir ya ahora una antelación de la sociedad por la cual se lucha?

Los hippies, profetas del cambio cultural; deciden vivirlo con antelación y su experiencia resultó rica en descubrimientos precisamente por concebirla en forma vivencial.

Ellos, a su modo, tuvieron cierta experiencia de la futura sociedad sin clases, cuando un buen número proveniente de la burguesía convivió con sus compañeros proletarios.

Pudieron darse cuenta que la burguesía no conoce la vida en su inmediatez.

El rico tiende a aislarse.

Desde niño, crece en un patio enrejado, asiste a una escuela particular con compañeros de su misma condición, viaja aislado en coche o en el camión escolar, frecuenta lugares selectos.

Pero los niños pobres viven en la calle, donde se aprende a sobrevivir en la lucha. Tienen menos restricciones sexuales, se crían con mayor espontaneidad, sin formalismos convencionales; aprenden a bastarse por sí mismos, a eludir a la policía.

En la comuna, los pobres enseñaron a los ricos a usar su cuerpo y aprendieron de ellos a criticar al “sistema” y todo un bagaje cultural vanguardista que ellos desconocían en su ambiente tradicional.

El radical marxista que sigue dogmáticamente los cánones ortodoxos está atento a la lucha de clases, sin percibir al nuevo proletario cultural que habita en su misma casa, y que es su hijo de “greña”.

Mientras este activista pone énfasis en el sistema productivo y los factores materiales convirtiéndolos en parámetros de su “conciencia”; los jóvenes de cabello largo “ponen a Marx de cabeza” dando la primacía a la praxis sobre la conciencia en la reestructuración de la sociedad.

Propugnan el cambio cultural que se conecta íntimamente con el político; pero piensan que en la actualidad es más fácil empezar por la cultura.

“Las sociedades postindustriales se han desarrollado tanto que han transformado la conciencia social. Dependen cada vez más del trabajo mental…

Para un estadio más elevado de civilización, se requiere la “producción” de formas de conciencia más elevadas que las que actualmente hay.

Nuevas posibilidades en el dominio de la cultura sobre la naturaleza. Como Marx vio que la transformación revolucionaria sólo ocurriría cuando se diese contradicción entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas, así los hippies ven esta transformación en la contradicción entre los sistemas dominantes de pensamiento y valores por una parte; y los valores y formas de conciencia emergentes que esta misma sociedad ha producido.” Stuart Hall, op. Cit.

Los hippies percibieron con claridad que, de continuar el sistema de valores vigente, el hombre va en camino de su autodestrucción.

En la tierra sobrepoblada se están gastando los recursos necesarios para subsistir, despilfarrados por la sociedad de consumo. Si el hombre aprende a vivir en equilibrio, la tierra podrá sustentar varios cientos de años más.

Para ello hay que aprender a vivir en la frugalidad y los hippies nos muestran que esta forma de vida puede también ser bella. Se precisa tomar conciencia hoy mismo.

Desde luego que para esto se precisan profundas transformaciones sociopolíticas.

Hace algunos años, daba clases en una preparatoria y junto a ella, había una casa grabadora de rock donde habitaban unos xipitecas.

Yo me movía en ambos ambientes.

En la prepa los muchachos eran activistas ateos y violentos. En el estudio, eran contemplativos, misticones y pacifistas pasivos.

La juventud de la década de los sesenta se dividió en dos polos, el activista y el expresivo. Pero no tiene que haber oposición entre ambos. Si a los hippies les repugna la violencia física, muchos activistas también la descartan en la actualidad como impracticable.

Pero esto sólo puede mantenerse a condición de un fuerte compromiso revolucionario y una capacidad crítica organizativa, que fue en lo que fallaron.

Tal vez ésta haya sido su lección.

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Enrique Marroquín ( México D.F. 1939 ) es un hombre sui géneris: sacerdote católico, no es lo que podría considerarse un cura: se trata del primer egresado del Colegio de Antropología social de la Universidad Autónoma de Puebla.

Expárroco de El Parral, un barrio bravo donde vivió y convivió con su congregación en los años ochenta. Ahí realizó los estudios sobre las vecindades y que resultaron en su tesis de licenciatura.

Actualmente residente en Roma, Marroquín ya era, antes de llegar a Puebla, un hombre con obra diversa, entre ella un popular libro en su momento (y que debería ser reeditado) sobre la contracultura, editado por la vieja editorial Joaquín Mortiz, con un prólogo del escritor José Agustín.

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