martes, 21 de julio de 2009

Los dueños de la pelota

Eduardo Galeano

La FIFA, que tiene trono y corte en Zurich, el Comité
Olímpico Internacional, que reina desde Lausana, y la
empresa ISL Marketing, que en Lucerna teje sus negocios,
manejan los campeonatos mundiales de fútbol y la
olimpíadas. Como se ve, las tres poderosas organizaciones
tienen su sede en Suiza, un país que se ha hecho
famoso por la punterías de Guillermo Tell, la precisión
de sus relojes y su religiosa devoción por el secreto bancario.
Casualmente, las tres tienen un extraordinario
sentido del pudor en todo lo que se refiere al dinero que
pasa por sus manos y al que en sus manos queda.
La ISL Marketing posee, al menos hasta fin de siglo,
los derechos exclusivos de venta de la publicidad en los
estadios, los filmes y videocasetes, las insignias, banderines
y mascotas de las competencias internacionales.
Este negocio pertenece a los herederos de Adolph Dassler,
el fundador de la empresa Adidas, hermano y enemigo
del fundador de la competidora Puma. Cuando otorgaron
el monopolio de esos derechos a la familia Dassler,
Havelange y Samaranch estaban ejerciendo el noble deber
de la gratitud. La empresa Adidas, la mayor fabricante
de artículos deportivos en el mundo, había contribuido
muy generosamente a edificarles el poder. En 1990,
los Dassler vendieron Adidas al empresario francés
Bernard Tapie, pero se quedaron con la ISL, que la familia
sigue controlando en sociedad con la agencia publicitaria
japonesa Dentsu.
El poder sobre el deporte mundial no es moco de pavo.
A fines de 1994, hablando en Nueva York ante un círculo
de hombres de negocios, Havelange confesó algunos
números, lo que en él no es nada frecuente:
-Puedo afirmar que el movimiento financiero del fútbol
en el mundo alcanza, anualmente, la suma de 225 mil
millones de dólares.

Y se vanaglorió comparando esa fortuna con los 136
mil millones de dólares facturados en 1993 por la General
Motors, que figura a la cabeza de las mayores corporaciones
multinacionales.
En ese mismo discurso, Havelange advirtió que «el
fútbol es un producto comercial que debe venderse lo
más sabiamente posible», y recordó la ley primera de la
sabiduría en el mundo contemporáneo:
-Hay que tener mucho cuidado con el envoltorio.
La venta de los derechos para televisión es la veta que
más rinde, dentro de la pródiga mina de las competencias
internacionales, y la FIFA y el Comité Olímpico Internacional
reciben la parte del león de lo que paga la
pantalla chica. El dinero se ha multiplicado espectacularmente
desde que la tele empezó a trasmitir en directo,
para todos los países, los torneos mundiales. Las
Olimpíadas de Barcelona recibieron de la televisión en
1993, seiscientas treinta veces más dinero que las
Olimíadas de Roma en 1960, cuando la transmisión sólo
llegaba al ámbito nacional.
Y a la hora de decidir cuáles serán las empresas
anunciantes de cada torneo, tanto Havelange y
Samaranch como la familia Dassler lo tienen claro: hay
que elegir a las que pagan más. La máquina que convierte
toda pasión en dinero no puede darse el lujo de
promover los productos más sanos y más aconsejables
para la vida deportiva: lisa y llanamente se pone siempre
al servicio de la mejor oferta, y sólo le interesa saber
si Mastercard paga mejor o peor que Visa y si Fujifilm
pone o no pone sobre la mesa más dinero que Kodak. La
Coca-Cola, nutritivo elixir que no puede faltar en el cuerpo
de ningún atleta, encabeza siempre la lista. Sus millonarias
virtudes la ponen fuera de discusión.
En este fútbol de fin de siglo, tan pendiente del marketing
y de los sponsors, nada tiene de sorprendente que
algunos de los clubes más importantes de Europa sean empresas que pertenecen a otras empresas. La Juventus de Turín forma parte, como la Fiat, del grupo Agnelli. El
Milan integra la constelación de trescientas empresas
del grupo Berlusconi. El Parma es de Parmalat. La
Sampdoria, del grupo petrolero Mantovani. La Fiorentina,
del productor de cine Cecchi Gori. El Olympique de Marsella
fue lanzado al primer plano del fútbol europeo cuando
se convirtió en una de las empresas de Bernard Tapie,
hasta que un escándalo de sobornos arruinó al exitoso
empresario. El París Saint-Germain pertenece al
Canal Plus de la televisión. La peugeot, sponsor del club
Sochaux, es también dueña de su estadio. La Philips es
la dueña del club holandés PSV de Eindhoven. Se llaman
Bayer los dos clubes de la primera división alemana
que la empresa financia: el Bayer Leverkusen y el
Bayer Uerdingen. El inventor y dueño de las computadoras
Astrad es también propietario del club británico
Tottenham Hotspur, cuyas acciones se cotizan en bolsa,
y el Blackburn Rover pertenece al grupo Walker. En Jap
ón, donde el fútbol profesional tiene poco tiempo de
vida, las principales empresas han fundado clubes y han
contratado estrellas internacionales, a partir de la certeza
de que el fútbol es un idioma universal que puede
contribuir a la proyección de sus negocios en el mundo
entero. La empresa eléctrica Furukawa fundó el club
Nagoya Grampus, que contó en sus filas con el goleador
inglés Gary Lineker. El veterano pero siempre brillante
Zico jugó para el Kashima, que pertenece al grupo industrial
y financiero Sumitomo. Las empresas Mazda,
Mitsubishi, Nissan, Panasonic y Japan Airlines también
tienen sus propios clubes de fútbol.
El club puede perder dinero, pero este detalle carece
de importancia si brinda buena imagen a la constelaci
ón de negocios que integra. Por eso la propiedad no es
secreta: el fútbol sirve a la publicidad de las empresas y
en el mundo no existe un instrumento de mayor alcance
popular para las relaciones públicas. Cuando Silvio
Berlusconi compró el club Milan, que estaba en bancarrota,
inició su nueva era desplegando toda la coreograf
ía de un gran lanzamiento publicitario. Una tarde de
1987, los once jugadores del Milan descendieron lentamente
en helicóptero hacia el centro del estadio, mientras
en los altavoces cabalgaban las Walkirias de Wagner.
Bernard Tapie, otro especialista en su propio protagonismo,
solía celebrar las victorias del Olympique con
grandes fiestas, fulgurantes de fuegos artificiales y rayos
láser, donde trepidaban las mejores bandas de mú-
sica rock.
El fútbol, fuente de emociones populares, genera fama
y poder. Los clubes que tienen cierta autonomía, y que
no dependen directamente de otras empresas, están
habitualmente dirigidos por opacos hombres de negocios
y políticos de segunda que utilizan el fútbol como
una catapulta de prestigio para lanzarse al primer plano
de la popularidad. Hay, también, raros casos al revés:
hombres que ponen su bien ganada fama al servicio del
fútbol, como el cantante inglés Elton John, que fue presidente
del Watford, el club de sus amores, o el director
de cine Francisco Lombardi, que preside el Sporting Cristal
de Perú.

El futbol a sol y sombra (libro completo)

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