jueves, 4 de marzo de 2010

Hijos de Marcial Maciel lo acusan de abuso sexual

En entrevista con Carmen Aristegui, Blanca Estela Lara Gutiérrez y sus vástagos Omar, José Raúl y Christian platican cómo fueron víctimas del sacerdote, cuando niños, durante ocho años

La familia que formó el sacerdote Marcial Maciel en México reveló ayer los excesos y abusos sexuales cometidos por el fundador de la Legión de Cristo. Tres de sus hijos: Omar, José Raúl y Christian González Lara, junto con su madre Blanca Estela Lara Gutiérrez, lo retrataron como un gran mentiroso, usurpador de personalidades, manipulador y un hombre que cometió actos de pedofilia con dos de sus vástagos.

En la primera entrevista que conceden a un medio de comunicación, en la radio con Carmen Aristegui, dieron cuenta de cómo la alta jerarquía eclesiástica se ha negado a reconocerlos como hijos de Maciel, aunque Álvaro Corcuera, actual superior de los legionarios de Cristo, ha tenido comunicación con ellos, y exigieron al Vaticano resarcir del daño a todas las víctimas de abuso sexual cometidos por integrantes de esa orden religiosa.

Blanca Estela conoció a Maciel en Tijuana, Baja California, cuando ella tenía 19 años de edad y un hijo, y él 56. Le dijo que era viudo y buscaba una muchacha para casarse. Nunca cumplió esa promesa, pero mantuvieron una relación de 25 años durante los cuales prevalecieron los engaños y las perversiones del sacerdote.

Primero le dijo que se llamaba José Rivas, que era detective privado, luego que era de la CIA, y puras mentiras: así me llevó todo el tiempo, y yo le creí.

Blanca narró los problemas que enfrentó cuando tenía que viajar con sus hijos, porque yo les ponía nada más mis apellidos. Pasó el tiempo y uno de ellos primero se llamó Raúl Lara Gutiérrez; después fue Raúl Rivas Lara, y en otro viaje en Relaciones Exteriores le advirtieron que hasta podrían meterla a la cárcel por esos cambios. “Yo dije la verdad: ‘lo que pasa es que mi esposo está fuera y me dio estos apellidos’. Ignoranrte totalmente (me dijo) ‘ya van a ser González Lara’”.

Poder en el Vaticano

En 1997, Blanca descubrió –cuando la revista Contenido publicó un reportaje sobre Marcial Maciel– con quién estaba relacionada. “En la noche, él me llama por teléfono. Le dije: ‘¿qué pasa? Hay una revista (donde) sales tú y dice cosas de abusos sexuales’. Él lo negó.”

En ese tiempo el prelado ya era considerado uno de los religiosos más influyentes en el Vaticano, aunque acumulaba acusaciones de pederastia en su contra.

Paralelamente ya había reconocido con los apellidos de González Lara a los dos hijos que tuvo con Blanca Estela, y al medio hermano de éstos.

A Omar y José Raúl los hizo víctimas de abuso sexual durante ocho años. Mi primer abuso sucedió en Colombia, cuando yo tenía 7 años de edad. Yo estaba acostado con él, como cualquier niño, como cualquier hijo de familia con su padre a esa edad. Me baja el calzoncillo y me intenta violar. Por instinto humano reacciono y me muevo. Se da cuenta; no me fuerza, pero fue tan fuerte el impacto que hasta el día de hoy recuerdo qué desayuné ese día.

Ese fue el primer abuso contra José Raúl. Hacía que lo masturbáramos, que le sacáramos fotos masturbándolo; él se quedaba con las fotografías. Se hacía el dormido y nos decía que su tío le hacía lo mismo, que ensayáramos con él.

A Omar, el medio hermano, lo vejó por primera vez en Madrid. “En el (hotel) Holiday Inn, me acuerdo. En ese entonces le dice a Raúl: ‘oye, vamos a masturbarlo’ y, niños pequeños, sin malicia, estamos juntos. Me acuerdo que se hacía el dormido y empezábamos a masturbarlo.

“Siempre nos decía que a él le dolía mucho la pierna, que durmiéramos al menos uno de los dos siempre con él, con el afán de que –nos decía– cuando tienes un dolor en los huesos, ‘caliéntenme la pierna porque me duele mucho…’ en Barcelona, de momento nos decía: ‘dense un beso’, pero por qué…”.

En 1999 los muchachos platicaron a su madre lo que les hacía Maciel. José Raúl empezó a sentirse muy confundido y expresó su deseo de acudir con una sicóloga en Cuernavaca, pero su padre lo envió con el doctor Francisco López Ibor, a una clínica muy prestigiosa en Madrid, y lo hospedó en casa de Norma (otra mujer con la que procreó una hija), a la cual le presentó como su tía.

A los 19 años, después de ser atendido en la clínica López Ibor, en Madrid, José Raúl comenzó un tratamiento a base de neurolíticos y ansiolíticos para combatir rasgos obsesivos y humor subdepresivos.

Tomó esos medicamentos durante año y medio; lo tenían permanentemente dopado. Él no podía hablar, siempre echando saliva por un lado, quejándose, recordó ayer la madre.

Cuando reportó esos síntomas a Maciel y le dijo que lo llevaría al médico, el sacerdote le respondió: “‘no, no, sigue dándole el medicamento, lo va a componer, eso lo relaja. Está tranquilo, no pasa nada…’ creo que este señor lo quería tener atontado para que dijera ‘pues sí, lo voy a volver loco para que este muchacho no pueda hablar, no diga nada’”, señaló Blanca.

El hijo de Maciel descubriría después que los medicamentos prescritos por el siquiatra López Ibor eran para enfermos de esquizofrenia, hiperactivos o que no podían dormir, además de que una de las pastillas que su propio padre les suministraba a ellos cuando adolescentes (Darvocet T 100 mg) era un derivado de morfina.

Al respecto, Blanca narró que el legionario cargaba siempre un maletín de médico del cual sacaba un montón de pastillas que ingería antes o después de los alimentos; decía que eran vitaminas, aunque ella sospechó que se trataba de drogas.

http://www.jornada.unam.mx/2010/03/04/index.php?section=politica&article=003n1pol

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