Aunque usted no lo crea, existen mercados que casi no han sentido la crisis. No se trata de los intercambios entre empresas de ramos sofisticados ni mucho menos, se trata de una práctica ancestral que quedó al margen de la economía moderna, pero que sigue siendo el modo de sustento de miles de personas de los estratos más pobres en el país: el trueque.
El tianguis de todos los jueves en Tepeojuma tiene un carácter mixto: en él convergen la compra–venta, que se estila en casi todo el planeta, y también el trueque, el intercambio directo de bienes y servicios, sin que medie la intervención de dinero.
Y a veces también los campesinos, hombres y mujeres que no llevan ni siquiera un centavo logran obtener bienes que sólo están a la venta.
Por ejemplo, ayer, María García, una joven de 17 años que llevaba chiles y cacahuates para el trueque, terminó convenciendo a Salvador Cano –un vendedor profesional de películas piratas en tianguis de la región poblana y morelense– de que le diera un clon de la cinta G.I. Joe a cambio de sus productos agrícolas, porque en este mercado, que invade el zócalo y buena parte de las primeras calles del centro, se puede encontrar un catálogo para satisfacer necesidades y gustos variados: alimentos, ropa, juguetes, herramientas, flores y hasta adornos de temporada.
Los asentamientos en dicho municipio, ubicado entre Atlixco e Izúcar de Matamoros, muy cerca de “El Cristo”, la zona residencial de descanso más lujosa de la entidad, datan del siglo XV, y algunos vecinos que se han dado a la tarea de estudiar la historia de la localidad suponen que el trueque data de esos años, ya que en los primeros registros, elaborados por misioneros católicos, ya se daba cuenta del verdadero intercambio libre de productos.
“Nosotros casi no hemos sentido la crisis, nomás por el abono que está más caro, pero casi no lo hemos sentido”, expresó Aureliano López, originario de San Miguel de las Minas, comunidad de Izúcar de Matamoros. El campesino tiene 83 años y dice que desde que tiene memoria ha logrado sobrevivir cultivando la tierra e intercambiando sus productos.
“Aquí venimos y vemos lo que necesitamos. Orita vinieron y me trajeron tortillas de las que tenía necesidad y yo les di guayabas”, explicó. En su puesto, tendido sobre el suelo, podían verse los más diversos productos como frijol, café, rosas, carpetas bordadas y hasta palomitas y chicharrones.
Las palomitas y los chicharrones en bolsa son un producto que ingresó recientemente al mercado del trueque, según dijeron varios parroquianos, pero han tenido un éxito fabuloso. Su introductora, Benicia López, una mujer de treinta y tantos, comentó al respecto: “La verdad yo no soy de aquí, pero vi que la gente cambiaba cosas y se me ocurrió traer las palomitas. Les han gustado mucho, sobre todo a los viejitos, y yo saco también otras cosas que necesito. La verdad yo no he sufrido mucho la crisis porque traigo las bolsas y se me acaban. Aquí hago casi toda mi despensa”.
MARTÍN HERNÁNDEZ ALCÁNTARA
viernes, 11 de septiembre de 2009
El trueque
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